13 de abril, primeras horas de la madrugada

Superando un agotamiento insondable a fuerza de café fuerte y voluntad de
acero, estrechos como ranuras los ojos necesitados de un sueño reparador, calma
la expresión en su rostro de mestizo llanero, Hugo Chávez, reinstalado en la
Presidencia por la movilización masiva de los venezolanos, se presenta ante las
cámaras de televisión para rendir homenaje a los héroes de una reconquista del
poder que casi no reconoce antecedentes.

Este movimiento, en efecto, es en primer lugar un 17 de octubre. ESe sería el
antecedente que más se le asemeja, incluso en los detalles: la masa de la
población se lanza a las calles para evitar una conspiración militar contra el
coronel cuyas medidas tanto la habían favorecido, y lo restituyen a su sitio.

Pero es mucho más que eso, es un 17 de octubre de los nuevos tiempos, un 17 de
octubre que no sólo recupera al dirigente de masas, sino que expulsa por la
cloaca a los agentes directos e indirectos del imperialismo.

El 10 de abril, Venezuela parecía condenada a un cruel desenlace de la
Revolución Bolivariana. Las maquinaciones de la CIA, de los gusanos de Miami,
de la burguesía proimperialista, de la gerencia cómplice de PDVSA, de los
alumnos ejemplares en la Escuela de las Américas, de los Bush, los Cheney y
toda la mafia petrolera habían envenenado la atmósfera política.  La cadena
nacional de mentiras conocida como "libertad de prensa" parecía reinar
omnipotente.  La solidaridad internacional de las agencias noticiosas y de los
propietarios de medios de comunicación cerraba el aire a los partidarios del
gobierno.  La suerte, a estar de los datos conocidos, parecía echada.

Sin embargo, el 12 de abril, esgrimiendo como única arma su coraje, la gente
común de Venezuela arrinconó a todas esas fuerzas, y las lanzó al albañal de la
historia.

Así es que Chávez regresa a dirigir su país, tal y como lo desea la inmensa
mayoría del pueblo de Venezuela. Regresa el coronel del pueblo por un acto de
fuerza del propio pueblo, y por la reacción flamígera de Fuerzas Armadas que, a
diferencia de lo que tenemos en tantos rincones de América Latina, están hoy
consustanciadas con ese pueblo.

Pero no nos engañemos, por más que -comprensiblemente y a la búsqueda de
aplacar los ánimos- Chávez haya explicado en su primer discurso tras la
reinstalación constitucional que si alguno de sus partidarios estaba armado se
desarmara porque se había demostrado que las armas del pueblo eran las armas
militares. Nos parece que una lectura más serena y menos coyuntural permitirá
observar esta declaración como una necesidad de momento, pero no como una
verdad apodíctica.

La chirinada de Fedecámaras y sus aliados, en realidad, demostró que así como
existían propietarios de medios de comunicación dispuestos a servir a las
cúpulas oligárquicas antes que a la verdad, _también_ existían militares
capaces de poner esas armas en contra del pueblo, y que ("no imaginé que
volvería tan rápido", dijo) aún el mismo Chávez imaginaba una perspectiva de
dura lucha contra los facciosos de la rosca petrolero-patronal.

Es indudable que una de las principales lecciones a extraer de estas jornadas
es que en América Latina no basta con las armas patriotas para  sostener un
gobierno patriota. Es exactamente al revés: para que ese gobierno pueda
desarrollar su programa, la masa de la población debe estar en condiciones de
presionar a los hombres de armas, recordándoles quién es el depositario de la
legitimidad.

Esto refuerza a los leales, y atemoriza a los desleales. No se puede suponer
que la deslealtad venezolana de abril fue un fenómeno casual, o que se la debe
atribuir a un "exceso de sectarismo" del gobierno chavista que habría llevado a
algunos hombres de armas, equivocadamente, a la idea de que era  necesario
remover a Chávez para evitar un baño de sangre en Venezuela.

La cuestión es más compleja. En Venezuela, todavía, el enemigo de la patria
(digámoslo con sencillez: el imperialismo) controla una parte sustancial de la
estructura económica y, por lo tanto, tiene también su propio partido (e
incluso tiene varios partidos, desde los conservadores de COPEI hasta los
ultraizquierdistas de Bandera Roja). En un país con esas características, la
lealtad del manod militar no está asegurada por sí misma. Se requiere un
permanente estado de movilización patriótica de las masas, que actúe
esencialmente en los momentos de crisis para asegurar la lealtad de los
dubitativos.

Esto es lo que nos enseña Venezuela en Abril de 2002.  Tanto la bestialidad de
los golpistas como la valentía del pueblo venezolano, así como la gran
habilidad política de los chavistas y del propio Hugo Chávez, funcionaron como
disuasivo para los que dudaban. Los militares antinacionales quedaron aislados,
y los militares patriotas pudieron retomar el control de sus unidades con suma
rapidez.

El despliegue contrarrevolucionario, se argumentará, hubiera provocado menos
efectos si hubiera sido menos grosero. Pero hasta dónde era eso posible? El
sistema maloliente de Punto Fijo había quedado atrás con el Caracazo y su
despiadada represión. Al fin de cuentas, el gobierno Chávez también
representaba, entre otras cosas, la voluntad del conjunto del pueblo venezolano
(chavistas y no chavistas, e incluso parte de los antichavistas) de superar ese
período nefasto de su historia, tan nefasto como lo es el Pacto de Olivos en la
Argentina.  Sobre ese período se había dictado sentencia, dejándolo en la
memoria del pueblo como la era durante la cual la formalidad democrática
venezolana solamente sirvió para garantizar la continuidad de la dictadura
económico-social del Imperialismo Globalizador.

Así es que probablemente Carmona no hubiera podido actuar de un modo demasiado
distinto al que eligió. Es obvio que la intoxicación creada por su propio
sistema de medios obnubiló a los golpistas, y que creyeron en sus propias
mentiras al punto de perder noción de su conveniencia política.  Pero también
es obvio que Hugo Chávez no les había dejado demasiadas alternativas.

En efecto, la decisión de no renunciar a la Presidencia es un gesto de inmensa
valentía, inquebrantable confianza en la justicia de su causa, enorme fe
racional en el apoyo popular, y audaz prudencia en los métodos. El discurso
presidencial de Chávez es revelador de los efectos que esa negativa a renunciar
tuvo sobre las Fuerzas Armadas de Venezuela: los mandos gorilas se veían
obligarlos a trasladarlo de un punto a otro, porque dondequiera lo depositaban,
al enterarse de que no había renunciado la guarnición se ponía a sus órdenes.

Sin embargo, tampoco debemos descartar los efectos que esa actitud tuvo sobre
el sistema mundial de los medios de prensa, efectos francamente devastadores.
Los medios, en realidad, se alborozaron con la caída del "loco" del Caribe.
Esto se reflejó en la total ausencia de objetividad con que se transmitió la
situación. A tal punto fue así, que lo dieron por "renunciado" incluso antes de
que hubiera tenido tiempo material de estampar una firma. Y no estoy hablando
de ese muladar maloliente llamado "prensa argentina", sino de las cadenas más
"prestigiosas" del mundo mediático planetario. A toda esa basura a sueldo de la
camándula imperialista, Chávez, con sólo no firmar, la desnudó públicamente.
Allí andan, enrojecida la tez, buscando alguna ropita con que cubrir sus
desnudeces. Baste un ejemplo:

Según se confirmó entre el 12 y el 13 de abril, la detención de Chávez se
produjo a las 4:30 de la mañana del 11, hora local de Caracas. A las 8:31, hora
de Londres, BBC Mundo difundía ya el texto completo de la renuncia.  Entre
Londres y Caracas hay 4 horas de diferencia, o sea que la BBC, como integrante
de la conjura internacional de la prensa, estaba difundiendo la noticia de la
renuncia _ya en el momento en que Chávez estaba viajando hacia el cuartel
donde, se supone, iba a renunciar_.

La dignidad de Chávez, así, desbarató en gran medida los planes del
imperialismo y sus títeres en todo el mundo. Un hombre solo, a veces, puede
milagros, si ese hombre se sabe representante de un pueblo dispuesto a tener
una vida digna e independiente. Negándose a renunciar, al aclarar a sus
captores que no se iba a dejar expulsar de Venezuela sin ofrecer resistencia,
los colocó ante la necesidad de asesinarlo (arriesgando una guerra civil de
resultado impredecible) para seguir adelante con el golpe.  De este modo, tanto
por arriba como por abajo el pueblo venezolano actuó coordinadamente, y de ese
modo logró en un día aquello que a los políticos argentinos del montón les
parece un imposible: infingir una derrota aplastante al imperialismo y sus
socios locales, sin por ello desatar una masacre.

Al mismo tiempo, Chávez forzó la mano de la escena internacional.  Ningún
gobierno latinoamericano, ni siquiera los más genuflexos, se atrevió a
reconocer al nuevo régimen. Su ilegitimidad de origen lo había transformado,
por efecto de la digna actitud de Chávez, en un aborto histórico. Hasta el
gobierno argentino debió indicar, por boca de Duhalde, que estábamos ante un
"golpe de estado".  Se repitió -también en este plano- la situación que
acompañó el ascenso de Perón al poder. En ese momento, mientras que, presa de
una hidrofobia no muy distinta de la actual, el State Department clamaba por
sancionar a la Argentina, todos los gobiernos de América Latina, aún los más
reaccionarios, salieron a defendernos. "Si a la Argentina le pueden aplicar
sanciones, qué queda para nosotros"  fue el simple pensamiento inmediato que
generó esa unanimidad. En abril de 2002 sucedió lo mismo.

Chávez, los militares patriotas y el pueblo de Venezuela acaban de derrotar al
imperialismo no sólo en su propio suelo. También lo han derrotado en América
Latina en su conjunto.  Valga como símbolo final de esto el hecho de que,
mientras la gerencia gusana de PDVSA aplaudía alborozada su propia decisión de
"no enviar una gota más de petróleo a Cuba", el último barco que -antes de la
huelga petrolera- abandonaba puerto venezolano cargado de petróleo se dirigía,
precisamente, a la Isla de Fidel.

-*-

Durante su discurso de "reasunción" de un mando al que jamás había renunciado,
Hugo Chávez relató algunos pequeños hechos ocurridos durante su prisión en la
guarnición militar de Turiamo. Entre ellos, recordó risueño cuán difícil le
resultaba seguir el ritmo de carrera de los comandos que allí se entrenaban.
Hacía mucho calor. Pero Chávez lo describió con una divertida frasecita:  "Un
sol sabroso hacía en Turiamo", dijo en su desacartonado discurso de pueblo
victorioso.

Sí, un sol sabroso hacía en Turiamo: el sol de América Latina que vuelve a
brillar, dándonos una lección a todos sobre el poder incontenible de un pueblo
cuando se hace dueño de sus propios destinos y decide defender, a toda costa,
aquello que tanto sacrificio le ha costado construir.

Que ese sol sabroso ilumine y unifique a los latinoamericanos.
Néstor Miguel Gorojovsky
[EMAIL PROTECTED]

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Compañeros del exercito de los Andes.

...La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos:
sino tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos
tiene de faltar: cuando se acaben los vestuarios, nos
vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mugeres,
y sino andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios:
seamos libres, y lo demás no importa nada...

Jose de San Martín, 27 de julio de 1819.

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