Ahora que el monolito Bennet ha vuelto a Tiwanaku, recordemos simplemente Tiwanaku.
Alex Condori Revista Escape (24/03/2002) http://ea.gmcsa.net/2002/03-Marzo/20020324/Rev_escape/Marzo/esc020324a.html ======================================================== TIWANAKU HISTORIA DEL ASALTO AL CIELO Una urbe de colosales estructuras, oro, plata y piedras preciosas fue el eje del primer Estado andino. Tras casi cinco siglos de saqueo y destrucción, perviven sus misterios. Rafael Sagárnaga . Fotos: Luis Miguel Izquierdo Este edificio no es obra de los incas ni de los indios de este rubro, sino lo hicieron antes del diluvio o después unos gigantes que hubo en esta tierra". Así reza el testimonio que los frailes jesuitas dejaron en su Historia Anónima, luego de ver los restos de una enigmática ciudad del norte de Perú. El célebre fray Diego de Ocaña fue más radical y escribió: "Los demonios debieron haber hecho semejante cosa", el licenciado Antonio Cantero argüía: "Estos edificios no pudieron ser hechos por humanos, es arte diabólico". Era el año de 1600, la invasión de los Andes estaba consumada. Clérigos y encomenderos buscaban una expli- cación para lo que veían. Los indígenas la llamaban Tiwanaku. Relataban que un día, un siglo antes, el Inca Pachakutej contemplaba las antiguas ruinas y viendo llegar un mensajero le dijo: "Tiai Huanaku" (siéntate Guanaco). Y la frase acuñó el nombre. Probablemente nadie quería contarles a los nuevos conquistadores que el nombre de la ciudad perdida en el tiempo era Taipikala (la piedra del medio). Menos aún que se decía que allí el dios Huiracocha inició la creación y que aquélla era la piedra del medio, pero del medio del universo. Han pasado casi cinco siglos y otros hombres han ido reconstruyendo lo que fue Taipikala. Juntan pedazos de historia entre vasijas, estelas, telares, huesos, a veces visualizan sólo densas nebulosas, en otras, fantásticos paisajes. Aún no se sabe cuándo empezó a gestarse Tiwanaku. Hay quienes citan la medición del carbono 14 sobre uno de sus restos que fechó el año 1580 antes de Cristo. Otros aseguran su retrospección con más evidencias y admiten como límite sólo el 60 AC. Lo cierto es que tres siglos antes de los señoríos aimaras, siete del cenit del imperio inca y ocho de la invasión española, un poderoso Estado reinaba en los Andes. Los tiwanakotas ejercieron su dominio en un total de 600 mil kilómetros cuadrados. Cruzaron el salar de Uyuni, el desierto de Atacama, llegaron al océano Pacífico y hasta lograron hacerse navegantes. El célebre científico y expedicionario noruego Tohr Heierdahl insiste, desde hace décadas, que llegaron a cruzar el océano y a adentrarse en la Polinesia. Sin embargo, la obra cumbre y eje de la cultura tiwanakota fue la ciudad de los templos, los monolitos y la Puerta del Sol. Se ha establecido que apenas el uno por ciento de las 448 hectáreas que alcanzó la urbe ha sido excavado hasta la fecha. Su población superó los cien mil habitantes. Si alguien hace 1.000 años visitaba Tiwanaku se encontraba con un alarde de tecnología, arte y cultura. Para sus edificaciones los constructores llegaron a trasladar pedrones de más de 200 toneladas desde aún no identificadas canteras; los cortaron y ajustaron con precisión micrométrica. A todo ello agregaron sistemas de riego, siembra, drenaje y orientación astronómica de alta precisión. Taipikala brillaba a lo lejos, sus puertas tenían placas de oro y plata, sus suelos eran rojizos o verdosos. Sus pirámides y estelas se elevaban jugando con los haces del sol y fueron adosadas con piedras semipreciosas. Se esmeraron además en inscribir una compleja simbología en monumentos y utensilios. Esvásticas, cruces, triadas de la paz se entremezclan con grafías exclusivas de los tiwanakotas. Pero en el centro del mensaje está Kon Ticci Huiracocha, dios Sol, la imagen trascendió a las culturas venideras. Sin que aún se hayan establecido las causas, el siglo XII de nuestra era los habitantes de Tiwanaku debieron abandonar precipitadamente sus tierras. El primer Estado de los Andes, el que tuvo más de 12 siglos de hegemonía, desapareció. Lo que vino después sobre Tiwanaku ya escribió sus propias páginas. Tras las condenas infernales de los primeros días de la Colonia se inició el saqueo. Primero fueron las placas de oro y las excavaciones en busca de tesoros. Luego vino el desmantelamiento de pirámides y estelas que fueron aprovechadas como cimientos de iglesias, molinos y puentes. Se cuenta que una de las primeras cargas de sillares fue destinada a la iglesia de San Francisco. Otra se usó para la construcción del templo del naciente pueblo de San Pedro de Tiwanaku. La Colonia puso más sombras sobre Taipikala o Tiwanaku. Si a su llegada podía buscarse algún aimara que sepa algo de la lejana historia, un siglo después no quedaba ni esa esperanza. Los padrones de los encomenderos cuan- tifican 130 tributarios en las cercanías de las ruinas en 1548 y sólo nueve en 1658. El hambre y la esclavitud hicieron su parte. El drama de la otrora esplendorosa Taipikala tampoco cambió con la llegada de la República. Era una cantera abierta, sus piezas fueron convertidas hasta en durmientes de rieles de tren. En 1940 el templo de Puma Punku funcionó como polígono de tiro para prácticas militares. También empezaron a actuar quienes alimentaron incontables colecciones arqueológicas en Europa y EE.UU. Progresivamente la codicia tomó cuerpo. Las ruinas carentes de siquiera una alambrada fueron testigos de disputas que llegaban a zanjarse a balazos hasta fines de los años 50. El noimportismo de los gobernantes se justificó incluso con la idea de que "no valía la pena cuidar monumentos de indios", esbozada por los oligarcas. No todas fueron sombras. Un estudioso austriaco, Arturo Posnansky, conoció Taipikala en 1903. Conmovido por el lugar le dedicó los siguientes 35 años de su vida. Poco a poco surgieron más defensores de Taipikala. Tras la Revolución Nacional de 1952 el arqueólogo Carlos Ponce Sanginés lideró los emprendimientos por preservarla. Entre los años 60 y 80 se realizaron nuevas excavaciones y variados estudios. La fama de Tiwanaku se extendió entonces por el planeta. Legiones de turistas, científicos y místicos la comenzaron a visitar y a vertir sus explicaciones sobre sus orígenes y portentos. En Bolivia, más de un político intentó coronarse en sus templos. Otros proclamaron ser descendientes de sus forjadores. Fue declarada patrimonio nacional y mundial En el 2000 las disputas por Tiwanaku se reavivaron, esta vez por el quién debía cuidarla. Y se han vuelto irreflexivas al extremo de parar toda nueva investigación. En el siglo XXI muchos de los misterios del reino perdido perviven, mientras frente a Taipikala suelen pasar religiosos que representan a modernos imperios que aseguran que Taipikala es obra del Diablo. Revista Escape (24/03/2002) http://ea.gmcsa.net/2002/03-Marzo/20020324/Rev_escape/Marzo/esc020324b.html ===================================================================== UNA PIEDRA MISTERIOSA El Bennett es un resumen a pedazos de la historia. Vida y muerte. Sus miradas son leyendas que forjaron los pasados. Y sus pasos son los caminos que señalan los futuros. Alex Ayala Fotos: Luis Canedo Reyes / Fernando Cuéllar Era un día más, uno de tantos, entre rocas y areniscas. La piedra, tallada y trabajada, descansaba en posición horizontal. Corrían tiempos de guerra, y brazos y piernas caminaban hacia el Chaco. Pero allá, en Tiwanaku, un soldado, Luis Canedo Reyes, todavía flanqueaba la testa un tanto desgastada del Bennett. A su alrededor, todo un regimiento: el Lanza. Ya poco queda de esa época. Tan sólo los instantes congelados en el blanco y negro de algunas fotografías que ayudan a reconstruir cada uno de los peldaños de la historia. Ellos, Luis y otros 50 uniformados, salieron en 1932 de Guaqui hacia las trincheras. Pero, antes, decidieron rendir un homenaje a la estela sagrada que acababa de ser descubierta. Coincidencia o no, del grupo volvieron todos, algunos heridos pero con vida. Desde entonces, los hombres de la guarnición Lanza han venido peregrinando periódicamente a La Paz para agradecer al monolito. Ahora, cuando se miran de nuevo en el recuerdo -en un clisé vestido de tonos asepiados- contemplan el pasado y el presente del Bennett, ya restablecido a su morada originaria. Bondades e infortunios, espantos y corduras. Así rezan las marcas invisibles de la pieza lítica más famosa de Tiwanaku. Y mientras Luis Canedo es el boceto de esa cara amable del monolito, los relatos de la familia Posnansky se asemejan más a un rostro que se desfigura. "Durante el golpe del 71, un morterazo impactó contra nuestra casa. Además, una hija de mi hermana se abrió la cabeza y se fracturó la clavícula cuando jugaba en la plaza del estadio, donde antes se asentaba el ídolo de piedra", cuenta Carmen, nieta de Arturo Posnansky -responsable, en su momento, del traslado a la hoyada de la estela tiwanakota-. Algunos vecinos de Miraflores, por ello, también secundaron sin problema el cambio de emplazamiento. "Los años que estuvo por acá no trajo nada bueno: accidentes, desgracias y subdesarrollo. Es vengativo", comentan. Mitad símbolo y mitad polémica. Esos son los mimbres del Bennett: amor y odio, superstición y casualidad. El miedo impulsó ya antaño a los españoles a derribar el alma de estas piezas a arcabuzazos -como ocurrió con el Ponce-, o a cortarles los pies, mutilarles las orejas y sellarles la boca. Era el mismo temor, a esos destellos mezcla de misterio y desconocimiento, que ahora habita en las conciencias de los que siempre han tenido el monolito como suyo. "Nuestros amautas han visto, en sus sueños, a la estela caminando por Tiwanaku. Está desesperada por llegar a casa. Sin traslado no sé lo que hubiera podido ocurrir", decía Tito Flores, actual alcalde de la población. Y, entre este maremágnum de pasiones y sentimientos de todo un pueblo, aparecen las voces acreditadas de la ciencia que intentan también serlo de la conciencia. Arqueólogos, antropólogos e instituciones que, en su mayoría, buscan el aliento más racional del monolito. "Su embrujo es simplemente una creencia popular sin más elementos de asidero que la cábala y la casuística", observaba Mario Montaño -antropólogo- entre sorbos pausados de café en la Universidad de Santo Tomás. Pero no falta tampoco quien gusta de caminar en el terreno de lo inconcreto. "Bennett te señala cómo seguir tu camino. Yo he tomado conciencia de una serie de coincidencias gracias a él. Y cuando el pueblo lo piensa, lo siente y lo percibe embrujado es porque es así. No hay discusión posible", sentencia Carlos Ostermann, docto justamente en esa misma rama. Venidas y regresos. Es la estampa que graba en las memorias la estela sagrada. "Yo, el supremo apóstol de Tiwanaku, os excomulgo y maldigo", gritó airado Arturo Posnansky a los tiwanaqueños que lo echaron del lugar a poco del traslado del monolito Bennett a La Paz. Hoy esas palabras se hunden en la lejanía. La pieza condecora ya a los "condenados". De Posnansky únicamente quedan tímidos retazos -un tubo de vidrio, con sangre junto a una moneda, y un manuscrito- en la estructura de la plaza del estadio donde se asentaba el Bennett. Así es la historia, con recuerdos y con olvidos. Pero también con marcas imperecederas, como los impactos de bala que porta el monolito sin atisbo de lamento. Y quizás baste con echar un vistazo a las conclusiones del arqueólogo Oswaldo Rivera para comprender el significado de todo: "esperanza de que un pasado de grandeza depare un futuro de esplendor". _____________________________________________ Lista de discusión Aymara http://aymara.org/lista/lista.html _____________________________________________