TLC: NO AL
NEOLIBERALISMO
José Merino del Río*
Rechazar el Tratado de Libre Comercio es mucho más que decir simplemente no a un tratado comercial puntual y concreto. Se trata en realidad de oponerse a una política que ha traído más pobreza, más desempleo y más desigualdad, sí, a eso que se llama neoliberalismo, o capitalismo salvaje, como lo nombraba Juan Pablo II.
En las dos décadas neoliberales el capitalismo recobró su naturaleza pura y dura, con una codicia que rompió todos los códigos morales, con la maximización de los beneficios a toda costa y a cualquier precio como principio rector, por encima de cualquier principio ético o solidario.
Son esas
políticas, a menudo criminales, las que han convertido a América
Latina en un hervidero de agitación y descontento, de
resistencias colectivas cada día más potentes que exigen un viraje
hacia otras alternativas que coloquen a los seres humanos y a sus
necesidades en el centro de otra política democrática,
económica, social, ambiental y cultural.
Que la crisis del
neoliberalismo coincida con un gobierno imperial ultraderechista y
militarizado no es por casualidad, se trata, por lo visto, de una
constante histórica: los fenómenos terminales vienen
preñados tanto de los cambios necesarios, como de las posibles
involuciones a nuevos abismos de descomposición e
indignidad.
Este TLC que nos
quieren vender e imponer, y que con tanto entusiasmo defiende en
Washington la cleptocracia neoliberal costarricense ( por las cloacas
de la corrupción se han esfumado en los últimos veinte años
cientos de miles de millones), es el intento desesperado de grabar en
el frontispicio de nuestra República el neoliberalismo, como
política única e indeleble, sin posibilidad de alternativa, ni
siquiera de imaginarla.
Por eso el TLC
polariza inevitablemente a la sociedad costarricense. No hay lugar
para espacios intermedios, la ficción del centro desaparece ante una
disyuntiva por la que inevitablemente hay que optar: sí o no. Más
neoliberalismo con sus secuelas ya conocidas y sufridas por la
mayoría social del país, o viraje hacia un reencuentro con lo mejor
de nuestras tradiciones democráticas y solidarias, repensadas
y recreadas a la luz de los nuevos contextos nacionales y
mundiales.
Una amenaza y una
oportunidad. Dos proyectos de país irreconciliables, pero que no
necesariamente deben conducir a una vorágine de caos y de violencia,
si podemos y sabemos rescatar el profundo y auténtico sentido de la
política democrática, desobediencia pacífica y civil incluida,
donde la construcción de una nueva mayoría política y social,
pueda expresarse en un polo patriótico de progreso en la calle y en
las urnas. Ellos son los violentos y subversivos. Violentos porque con
la violencia estructural del poder del dinero quieren ahogar todo
debate y disidencia; subversivos, porque a nuestras espaldas quieren
enterrar conquistas sociales y derechos democráticos que el
huracán neoliberal dañó pero todavía no arrasó, gracias a la
resistencia de un pueblo que ahora busca las señas de identidad de
otra Costa Rica posible y necesaria.
* Presidente del
Partido Frente Amplio. Artículo escrito para el Semanario
Universidad.
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