Mirada de alguna manera como vetusta la figura de Fidel
Castro, Chávez se proyecta como el contrahombre de los gringos, pero no
como un líder anacrónico sino actualizado y con una capacidad de respuesta
que suscita simpatías y admiración. Sobre todo cuando el Imperio se
muestra tan torpe no solo con sus políticas internacionales sino con sus
acciones internas.
Justo el día en que Bush certificó a medias
a Chávez en la lucha antidrogas, este último urge al mundo en el sentido
de que "es hora de pensar en la creación de una ciudad internacional como
nueva sede de la ONU". Según Chávez, un organismo de sus condiciones no
tiene por qué estar en el corazón de Estados Unidos, más aún cuando este
se ha convertido en uno de los países más vulnerables del mundo y sin
capacidad de prevención.
Pensaba yo que los norteamericanos ya
habían renunciado a aplicar esa vieja maña dogmática de certificar a los
que ellos llaman los países del "patio trasero" cuando les da la gana, o a
descertificarlos cuando también les da por hacerlo en materia de drogas
que ellos consumen. Colombia pasó por esa vergüenza de tintes
colonialistas, absolutamente violatoria de la más amplia noción de
soberanía, pero entonces todos entramos en pánico frente a las decisiones
de los gringos. Cuando la Casa Blanca dice que la condición de "interés
nacional" implica que Washington no aplicará los recortes habituales a los
programas de cooperación porque considera seguir financiando "el
fortalecimiento de la democracia", Chávez y los suyos de inmediato deben
soltar la carcajada. No hay que olvidar, por cierto, que fue Venezuela una
de las primeras repúblicas en ofrecerle al despalomado señor Bush un
millón de dólares para los desastres de Nueva Orleáns, más el envío de no
sé cuántos médicos y socorristas.
Es increíble que E.U. siga
manejando con ese maniqueísmo su cronograma internacional, lo que le ha
generado total descrédito ante la opinión. Europa ya no resiste más las
torpezas de Bush y hasta un buen sector de los propios gringos se burlan
de su Presidente no sin sentir cierta rabia. El número de columnistas y de
editorialistas que han salido a atacarlo en estos días por su negligencia
en relación con la tragedia de Luisiana es apabullante. El señor Bush no
es una figura respetable. Si no lo es para muchos de sus conciudadanos,
menos va a serlo para aquellos para quienes pese a ostentar la autoridad
del primer país del mundo se ha convertido en un
hazmerreír.
Chávez indudablemente ha sabido capitalizar esa
situación y semejante vacío. Gracias por supuesto a los formidables
barriles de petróleo en que se recuesta, puede darse el lujo de hacer y
decir lo que se le antoja, como su discurso en la ONU, y de que todo ello
se lo celebren, que es lo mejor. No apenas por su irreverencia sino porque
muchas de las palabras duras que usa para referirse a los principales
voceros de quienes encarnan hoy el poder en Estados Unidos no son falsas
ni distorsionadas sino que atinan a ser verdad. De ahí, pues, que el
mandatario venezolano sea observado como un auténtico ídolo en países como
Argentina y Perú, ya muy por encima de la emblemática figura del
presidente brasileño, Lula da Silva.
Independientemente de sus
excesos y arrebatos, o de su peligrosa consolidación del poder, este nuevo
Chávez dará mucho que hablar en la misma medida en que él siga haciéndolo,
sin temores ni complejos, contra cuantos piensan que el "interés nacional"
(de E.U.) es sinónimo de interés mundial.
Es la pequeña gran
diferencia de que los intereses de los Estados Unidos no son
necesariamente los mismos de las demás naciones (y no aludo a las que
mantienen tan salvajes conflictos religiosos con ellos), como demostración
de que el vigor ideológico antiimperialista todavía se justifica cuando
hay causas para ello. No es sino recordar el eco de la voz de un reciente
pastor evangélico Pat Robertson que pedía el asesinato de Chávez como
solución salomónica a los problemas de su patria, para verificar la
debilidad intelectual que hoy acosa a su clase dirigente y religiosa.
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