El deseo de hacer libros
El hombre no ha superado la creación de un soporte de interactividad -tan 
complejo y versátil que atiende igual a la consciencia y a los sentimientos- 
como la secuencia de imágenes y palabras impresas que es el libro 

ALBERTO CORAZÓN 15/07/2010 

 










Rememorando al coronel Aureliano Buendía, muchos años después he recordado 
aquella tarde remota en que mi abuelo me llevó a conocer una imprenta.

 



El odio a los libros fue un aullido que enardeció a las turbas siniestras del 
falangismo fascista


Para Fraga Iribarne el problema era que éramos unos "rojos" más listos que sus 
censores

Dichosamente no ha sido ante un pelotón de fusilamiento, sino ante el 
emocionante espectáculo de la ocupación popular del parque de El Retiro por 
gentes que quieren encontrarse con los libros. La Feria del Libro, el día de 
Sant Jordi, los festivales, desbordados por lectores que sacan entradas en 
teatros para escuchar a sus autores. Las ferias americanas de México y 
Argentina y Colombia y Chile con multitudes que acuden a la llamada de los 
libros y sus autores.

A lo largo de mi vida, hacer libros, participar en la aventura de hacer libros, 
ha sido una verdadera pulsión. Como diseñador, son ya muchos cientos de libros 
a los que he dado forma. Como artista, mi preocupación insistente ha sido el 
catálogo, el libro que trata de neutralizar el inevitable olvido de la mirada.

Hacer libros no es para mí sino un profundo deseo. Una necesidad, alentada 
desde muy joven, por el modo en el que la dictadura franquista me parecía que 
tenía sobre todo dos obsesiones: evitar que la vida fuese una gozosa liberación 
y desalentar el deseo de hacer y compartir libros. En realidad una misma cosa.

El odio a los libros del "muera la inteligencia" fue un aullido que enardeció a 
las turbas siniestras del falangismo fascista.

Ahora podemos ir cuantificando ya, después de tantos años, la dramática 
cantidad de hombres y mujeres asesinados y arrojados a las cunetas de los 
caminos, por el solo hecho de amar los libros y lo que ellos representan. Ser 
maestro, haber organizado bibliotecas, ser librero o ser impresor, promover la 
lectura y la discusión de ideas, eran consideradas actividades que en sí 
mismas, justificaban el genocidio cultural del que todavía estamos 
recuperándonos.

Hacer libros.

En aquella España del año 1964, terminando mis estudios de Económicas y 
Políticas, un grupo de amigos decidimos hacer libros. La aventura se llamó 
Ciencia Nueva, la propuesta que un humanista, Gianbatista Vico había planteado 
como la exigencia regeneradora del conocimiento ya en el siglo XVI. Durante 
unos años el catálogo de Ciencia Nueva acogió al pensamiento español y a las 
desconocidas corrientes que la historiografía y las ciencias sociales abrían 
nuevas perspectivas en el mundo.

Ciencia Nueva respondía al empeño por crearnos un empleo en aquella España 
miserable, polvorienta, ahogada en el miedo. Repartimos el trabajo y elegí 
encargarme de la producción recordando aquella antigua complicidad con mi 
abuelo. Cuando el primer libro estaba ya listo para imprenta me enfrenté a la 
necesidad de diseñar una portada. Y lo hice con tanto entusiasmo como falta de 
oficio. El resultado, a pesar de la carencia, fue un éxito. El gran editor 
Grijalbo, entonces en el exilio mexicano, me llamó para que diseñara sus 
colecciones. De la noche al día me encontré convertido en un profesional del 
diseño editorial. Ante el vacío tuve que aprenderlo todo: nuestra generación, 
inevitablemente, fue, en casi todo, una generación de autodidactas.

La aventura editorial tuvo un abrupto final cuando Manuel Fraga Iribarne, 
ministro de Información y Turismo de la dictadura, nos retiró la licencia de 
edición. Fue inútil que le mostrásemos cómo habíamos sido sumisos a todo el 
proceso de censura, primero con los originales, luego con las traducciones y, 
finalmente, hasta las cubiertas pasaban censura previa.

Fraga nos recibió en su despacho ministerial, y haciendo una exhibición de su 
condición de energúmeno, en la que era un verdadero maestro, nos expulsó "por 
rojos". Dio un gran puñetazo sobre la mesa y liquidó cualquier argumento 
razonable. El problema, según dijo, estaba en que éramos unos "rojos" más 
listos que sus censores.

Conseguir una licencia de editor en aquellas circunstancias parecía imposible 
hasta que recordé que me llamaba igual que mi padre. Un Alberto Corazón, 
alférez provisional, falangista, que había conseguido el título de abogado a 
través de los "exámenes patrióticos", en los que en la posguerra con 
presentarte de uniforme, brazo en alto y pistola al cinto, te convertías en 
arquitecto, ingeniero o registrador de la propiedad. Pedí una licencia 
editorial y rellené los papeles como si fuese mi padre. Y aquello funcionó.

Alberto Corazón Editor éramos inicialmente Miguel García Sánchez, Alberto 
Méndez, Valeriano Bozal y Juan Antonio Méndez. La relación de amigos que fueron 
sumándose a aquella aventura resultó, felizmente, interminable.

En las colecciones de Comunicación editamos los primeros textos del 
estructuralismo, de la lingüística y la nueva economía política que emergía en 
Europa, de estética y semiótica, iniciamos la colección Visor de poesía. 
Nuestro catálogo tuvo más de 100 títulos. De cada uno de aquellos volúmenes 
recuerdo muy bien la emoción con la que iba a la imprenta a participar del 
arranque de máquina o de la impresión de los últimos pliegos. Las 
conversaciones con los regentes del taller es una parte esencial de mi 
aprendizaje fabril y de mi compromiso como ciudadano. Aquellos obreros, pocos, 
que habían sobrevivido a la represión, se sabían los últimos de una estirpe 
proletaria que había vivido la revelación de la cultura como el fin de la 
explotación de los hombres por los hombres. Los tipógrafos, los linotipistas y 
regentes de taller habían sido, desde comienzos del siglo XX, el aliento y el 
sustento humanista del movimiento obrero en España.

En Alberto Corazón Editor invertíamos todo nuestro tiempo libre y la avidez por 
descubrir y discutir. Al margen de nuestra vida profesional, y sin experiencia 
empresarial previa, funcionamos económicamente como lo que en la Facultad 
llamaban "acumulación primitiva de capital". Pagábamos a los proveedores con lo 
que nos adelantaban los distribuidores.

Con el fin de la dictadura, cuando hacer libros dejó de ser un calvario censor, 
cuando editar pasó a ser tan solo un gran oficio y el modo de generar una 
industria cultural, yo, que no tenía ningún espíritu empresarial, comprendí que 
había llegado el relevo. Y que para la ilusión luminosa de poder vivir en una 
sociedad abierta y libre, debía encontrarme en mi hábitat natural, el de la 
creación plástica y el diseño.

Todos los que creamos Alberto Corazón Editor abandonamos discretamente los 
talleres de impresión, las encuadernaciones, a nuestros muy abnegados 
traductores y, finalmente, nos despedimos como proveedores de los queridos 
libreros, siempre tan cómplices con nuestra aventura.

Volvimos a la deseada condición de ávidos lectores.

El armazón de mi vida, como ciudadano y como creador, está sustentado sobre 
este extraordinario artefacto de nuestra cultura, todavía imbatible, el libro, 
al que Aldo Manuzio dio forma definitiva, en la Venecia de comienzos del siglo 
XVI. a impresión mecánica de textos y la herramienta conceptual de la 
perspectiva para la representación de la realidad, texto e imagen: el hombre no 
ha superado todavía la creación de un soporte de interactividad, neuronalmente 
tan complejo y versátil, que atiende de igual modo a la consciencia y a los 
sentimientos, como la secuencia de imágenes y palabras impresas que es el libro.

El texto, la letra como pictograma, siguen teniendo un especial protagonismo en 
mi trabajo. Y no solo como diseñador. En mis pinturas y esculturas, la letra, 
la palabra escrita, me son imprescindibles para hacer más denso el misterio que 
es la sustancia de la creación artística.

Escucho ahora de nuevo a mi abuelo, un modesto huertano en tierras de Valencia, 
iletrado como él se calificaba: "Hacer libros; un hombre no puede encontrar un 
empeño más digno para su vida".

 



Alberto Corazón es diseñador y creador plástico.

 

http://www.elpais.com/articulo/opinion/deseo/hacer/libros/elpepiopi/20100715elpepiopi_11/Tes

 

 
                                          
_________________________________________________________________
Accede a tu Hotmail en un solo clic ¡Descárgate Internet Explorer 8 y empieza a 
disfrutar de todas las ventajas!
http://www.ayudartepodria.com/

----------------------------------------------------
Para darse de baja IWETEL pincha y envia el siguiente url
mailto:iwetel-signoff-requ...@listserv.rediris.es
----------------------------------------------------

Responder a