Contracorriente: [EMAIL PROTECTED]
 
 NOTA: Hemos tenido una seria incidencia en el ordenador y como consecuencia la libreta de direcciones está alterada. Si alguien recibe este mensage por duplicado o bien ya se habia dado de baja de nuestra listapedimos que nos lo comunique para corregir  o borrarle de nuevo. Gracias
 
COMUNISTES de CAYALUNYA difunde de: Mundo Matero C & C [mailto:[EMAIL PROTECTED]]
 
En determinadas circunstancias, una cosa puede transformarse en su contrario. Así ocurre cuando un partido comunista en lugar de ser el partido de la clase obrera se transforma en el partido del capital y del máximo beneficio a cuenta de la plusvalía que deja el obrero después de vender su fuerza de trabajo. Y así un partido comunista se convierte en un partido fascista al servicio de la acumulación capitalista y de su desarrollo imperialista; y en el fondo de la escena las detenciones masivas de obreros y los también masivos fusilamientos políticos y sociales para mantener el orden y la disciplina capitalistas entre los trabajadores.
Poco a poco se va confirmando por todas partes del mundo que las tareas de la revolución comunista están al orden del día.
COMUNISTES de CATALUNYA
 
EXPLOTACIÓN - VÍCTIMAS DEL «MADE IN CHINA»
Trabajan entre 14 y 18 horas. Tienen 15 minutos para comer y cuatro horas para  dormir en cuchitriles situados en las mismas fábricas.
Al anochecer, las trabajadoras son registradas para comprobar que no han robado nada. Con sus puertas de metal y sus barrotes en las ventanas, estos talleres parecen más un cuartel militar. Así es cómo los chinos son competitivos
 
Por qué sólo cuesta «Todo a 100»
CRÓNICA verifica «in situ» los abusos en las fábricas asiáticas
DAVID JIMÉNEZ. Enviado especial a Shenzhen
 
Montar, empaquetar, montar, empaquetar, montar, empaquetar
Las 600 jóvenes trabajan como robots, sin levantar la mirada,
darse un respiro o hablar entre ellas. Todas han llegado del
campo tratando de salir de la pobreza y aquí están, montando y
empaquetando muñecos de plástico, entre 14 y 18 horas al
día, 15 minutos para comer, permisos reducidos para ir al servicio y
cuatro horas para soñar que en realidad no están durmiendo en los
cuchitriles situados en la última planta de la fábrica.
Una ruidosa sirena les devuelve a la realidad y anuncia el
nuevo día mucho antes de que amanezca. Las empleadas saltan de la
cama, se ponen las batas y forman en línea antes de correr
escaleras abajo hacia sus puestos. La gigantesca nave está
situada en las afueras de Shenzhen, la ciudad más moderna
del sur de China, rodeada de otros almacenes parecidos, más o
menos grandes, algunos con más de 5.000 empleadas.
En China se las conoce como dagongmei o chicas trabajadoras.Jóvenes y
adolescentes dispuestas a producir, producir y producir sin descanso por
un sueldo de 15.000 pesetas al mes del que los jefes descuentan la comida
y lo que llaman «gastos de alojamiento».Las cientos de miles de factorías de
mano de obra barata repartidas por todo el país son la otra cara de ese madre in
China que ha invadido las tiendas de todo el mundo, desde los artículos de las
tiendas de Todo a 100 a las lavadoras o la ropa de Maracay para las dagongmei,
estas fábricas son su casa, su familia, su celda.
En ellas los supervisores se encargan de que no descansen y de que la
producción nunca disminuya. Cada trabajadora es registrada al finalizar la jornada
para comprobar que no se ha llevado ninguna unidad de los juguetes, llaveros, gorras o cualquier otra cosa que estén fabricando dentro del sinfín de productos elaborados a precio de saldo. 
Si quebrantan las reglas internas o no rinden al nivel esperado, un
sistema de penalizaciones permite a los jefes reducir el sueldo o los ocho días de
vacaciones que se conceden al año. «Hay que vigilarlas; si no, se relajan», dice
entre risas el patrón de esta fábrica de Shenzhen que fabrica diminutos juguetes de
plástico.
Miles de empresas estadounidenses y europeas entre ellas medio centenar
de españolas subcontratan fábricas chinas similares a esta para llevar sus
productos a Occidente al mejor precio.«Si no fuera así, no sería rentable y nos
iríamos a otro país», reconoce un empresario estadounidense que mantiene cerca de
40 talleres en el delta del río de la Perla, donde trabajan seis millones
de dagongmei.
No son ni siquiera la décima parte de las que hay en todo el
país, alrededor de 70 millones. Sobrecogida por esta realidad, la profesora
del Centro de Estudios Asiáticos de la Universidad de Hong Kong Un Ngai se
decidió a pasarse por una campesina más, buscó una factoría y pasó seis meses viviendo y trabajando en una fábrica de productos electrónicos de Shenzhen para comprobar cómo viven las explotadas trabajadoras chinas.
El dormitorio donde fue alojada, situado en la última
planta, tenía compartimentos donde debían dormir hacinadas hasta 15
jóvenes.La mayoría de ellas sufría de anemia, dolores menstruales o
problemas en la vista, en el caso de as que tenían que montar diminutos
productos a ojo sin apenas descanso. Otras enfermaban envenenadas por el contacto con productos químicos utilizados en el trabajo o simplemente desfallecían de cansancio tras interminables jornadas en las que se les daba de comer un simple plato de arroz al día.
«Les niegan todos los derechos, no tienen permiso de residencia aunque pasen 10    años trabajando en el mismo lugar. Las tiendas o los médicos de las ciudades donde
están situadas sus fábricas les cobran más que al resto de los vecinos», asegura la
profesora, que ha reunido su experiencia en varios informes.
Las pesquisas de Un Ngai no son las únicas. La investigación
de un periódico de Hong Kong descubrió el pasado mes de agosto que los
juguetes que la multinacional de hamburguesas Mc Donald's regalaba en sus promociones en el país asiático estaban siendo elaborados en China por adolescentes de entre 12 y 17 años. Las menores trabajaban sin descanso de siete de la mañana a 11 de la noche, todos los días de la semana. En ocasiones la jornada se alargaba hasta las dos de la mañana a cambio de un sueldo de 400 pesetas al día y una habitación de 25 metros cuadrados a compartir con otras 15 chicas.
El Comité Industrial Cristiano de Hong Kong, una HONG que se
dedica a rescatar a los pequeños que trabajan es esas condiciones, envió un equipo
de investigadores a la fábrica subcontratada por la cadena de restaurantes
americana. Las historias que escucharon se parecían todas a las de Wang Hanhong, de 12 años: «Mis padres no querían que viniera. Lloré e imploré para que me
dejaran porque quería ver el mundo. Mi familia tiene otros tres hijos, pero todos
van al colegio.
Quiero ahorrar dinero para que mis padres puedan sobrevivir».
Es un círculo casi indestructible. Por una parte, las multinacionales americanas o europeas no tienen que responder por las condiciones de sus fábricas en países del
Tercer Mundo y ahorran costes laborales.Por otra, los Gobiernos locales tampoco están interesados en espantar la inversión extranjera haciendo
demasiadas preguntas.
Y las fábricas se multiplican. La empresa Chun Si Enterrase,
por ejemplo, fue contratada por la mayor cadena de supermercados del mundo,
Wall-Mart, para que confeccionara bolsos de mujer en su factoría de Zhongshan,
en la provincia sucreña de Guangdong.Más de 900 trabajadoras permanecían encerradas todo el día, salvo los 60 minutos de descanso y comida establecidos. Los guardias golpeaban constantemente a las empleadas y les multaban por faltas como «la utilización excesiva del servicio».
De la media docena de fábricas subcontratadas por empresas
occidentales que ha visitado CRÓNICA sólo una mantenía las mínimas
condiciones.El resto estaban sucias, mantenían a las empleadas trabajando en horarios ilegales, con sueldos míseros o habían sido convertidas en cárceles donde las ventanas estaban bloqueadas con barrotes y las puertas cerradas con llave las 24 horas del día.
En un intento de contrarrestar las crisis de relaciones públicas que tenían que afrontar
cada vez que se denunciaban abusos, las grandes multinacionales comenzaron a
contratar equipos de inspección más o menos independientes a mediados de los años 90. No sirvieron de mucho. «Los controles han sido un fracaso porque las empresas no tienen ninguna intención sincera de cambiar el sistema»,
según el Comité de Trabajo Nacional (NLC), una asociación de EE.UU. que centra sus denuncias en empresas americanas. Los inspectores de Wall-Mart, por ejemplo, nunca descubrieron las irregularidades en su centro de producción en China y sólo
una denuncia periodística logró en 1999 revelar lo que estaba sucediendo.
 
UN CUARTEL MILITAR
En la entrada de la factoría de la marca deportiva Nike de Jiaozhou, en la provincia de Shandong, se puede leer su famoso lema: «Justa Do Ti» (Simplemente, hazlo). Dentro, 1.500 jóvenes, siempre menores de 25 años, trabajan 12 horas al día, según el NLC. Se trata de una pequeña parte de los más de 100.000 chinos que fabrican prendas deportivas Nike en todo el país, a los que hay que sumar 70.000 personas en Indonesia y 45.000 en Vietnam. «Con su puerta de metal y sus barrotes en las ventanas, la fábrica se parece más a un cuartel militar que a una factoría», asegura en su informe NLC, que describe como «papel mojado» los códigos de conducta creados por las multinacionales.
Pero son las fábricas de productos de Todo a 100, unas gestionadas y explotadas por empresas chinas y otras por empresarios extranjeros, las que peores condiciones tienen. La presión para abaratar los precios es mayor y detrás del negocio suelen estar compañías desconocidas que no tienen que cuidar su nombre. 
El lema es producir mucho, barato y rápido. Los accidentes entre las
trabajadoras o incendios como el que ocurrió recientemente en una nave de Shenzhen en el que perdieron la vida 80 personas, son contingencias cotidianas.
La política de contratación en estos talleres del Todo a 100  es no admitir a mujeres mayores de 25 años, pero en ocasiones los gestores se saltan su propia regla si la candidata tiene hijos pequeños dispuestos a sumarse a la cadena de producción sin cobrar nada a cambio.
Las madres sí cobran, pero un sistema leonino de sanciones
tiende a reducir su retribución a unas 5.000 pesetas al mes: se recorta la paga
de una hora por cada minuto de retraso en el trabajo, se penaliza con otras cinco
horas las ausencias para ir al servicio o se retira completamente la mensualidad a las
que se comporten de modo incorrecto.
La situación en China es especialmente desesperante para las víctimas de los abusos
porque la dictadura comunista mantiene la legalización de sindicatos y asociaciones de trabajadores.«Aquellos que tratan de unirse para defender
los derechos de los trabajadores son encarcelados. La gente tiene miedo de decir
lo que les está pasando, aunque las condiciones sean extremadamente duras y no hayan recibido una sola paga durante meses», asegura Han Dongfeng, editor del Boletín del Trabajador en China y disidente encarcelado tras las manifestaciones de Tiananmen en 1989 por movilizar a los trabajadores. «Estoy en contacto con gente que trabaja en las factorías y a menudo me cuentan el miedo que le tienen a los jefes. Les he pedido que se unan y luchen por lo que es suyo», dice Han.
De esta forma, las dagongmei, abandonadas a su suerte y sin nadie que las defienda,
trabajan hasta que sus cuerpos aguantan y después regresan a sus pueblos con lo   puesto. El perfil de las «chicas trabajadoras» de China es casi siempre el mismo:
jóvenes de entre 14 y 25 años, sin estudios secundarios y dispuestas a enviar más de
la mitad de su sueldo a sus pueblos de origen. Muchas, cada vez más, terminan dejando las factorías para prostituirse.«Es mejor que trabajar en la fábrica», dicen las muchachas que ya han dado el paso y ofrecen sus cuerpos abiertamente en las calles del centro de Shenzhen.
No muy lejos, en la planta de fabricación de muñecos, la jornada termina cuando se ha cumplido el objetivo de producción impuesto por los supervisores, nunca antes de las dos de la madrugada.
Aunque las 600 trabajadoras han tratado de mantener el tipo durante horas, varias
han sido descubiertas exhaustas, completamente inconscientes, con la cabeza  reposando sobre la mesa de montaje.Este mes tendrán que ver cómo su sueldo queda recortado a la mitad.
«Hay muchas chicas dispuestas a venir aquí, así que la que no trabaje bien se puede
volver al pueblo», explica el capataz, cuyo sueldo depende también del número de   camiones que se logren llenar con la producción. No existe un lugar mejor para ver
hasta qué punto el pueblo chino está pagando con sudor y con lágrimas que la ropa,
los electrodomésticos o los juguetes que compran los occidentales se vendan lo más
barato posible. Así suena la matraca incesante de la ley del made in China: montar,
empaquetar, montar, empaquetar, montar, empaquetar...
 

Reply via email to