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http://www.telegrafo.com.ec/cultura/carton-piedra/item/anibal-quijano-por-una-racionalidad-liberadora.html Hace algunos años, al investigar la categoría colonialidad, que había encontrado en diversos textos de análisis sobre la relación cultura, poder y América Latina, tuve la oportunidad de acercarme al pensamiento de Aníbal Quijano. Hasta entonces, era confusa la diferencia entre colonialidad y colonización; esta última hace referencia a la conquista y a la relación jurídico-política entre España y Portugal y sus colonias en América. El aporte de Quijano es, pues, “formular para la teoría y la historia la colonialidad, ese pensamiento que coloca a la invención de raza en el centro, como un eje que va a explicar nuestro mundo y su desigualdad a partir de la conquista y la colonización. ¿Por qué raza y no clase? Si hablamos de clase solamente queremos decir: en un punto somos iguales colonizados y colonizadores. Todos podemos hablar de una estructura que es económica, sin nombrar la raza. Y al no nombrarla, no se nombra la conquista, no se nombra la sangre, no se nombra el paisaje” —dice la antropóloga argentina Rita Segato. Para Quijano, las categorías de ‘raza’, ‘color’ y ‘etnicidad’ median las relaciones de poder y dominación, gracias a la aceptación de una superioridad biológica de los conquistadores que justifica la imposición de una clasificación social de las poblaciones. El autor peruano concibe el poder como una relación social en la que confluyen dominación, explotación y conflicto; el poder es el resultado de la disputa por el control de cuatro ejes: el trabajo, el sexo, la autoridad y la subjetividad e intersubjetividad, cada uno con sus recursos y productos. En este sentido, la ‘racialización’ —diferenciación por razas— de las relaciones de poder ha implicado una intersubjetividad que, afirma Quijano, “ha llevado a los latinoamericanos a vernos todo el tiempo con los ojos del dominador”. La colonidad del poder, no solo como una propuesta teórica sino también como una posición política, sale a la luz por primera vez con la publicación del ensayo *Colonialidad y modernidad/racionalidad*, en 1992, en el contexto de debate de los 500 años de la conquista de América. Curiosamente, para los noventa, cuando Quijano propuso la categoría colonialidad, el neoliberalismo se había consolidado en América Latina, se hablaba del fin de la Historia —con la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética— y la izquierda se había debilitado. En este sentido, la colonialidad resulta un concepto esperanzador que abre nuevos horizontes para una racionalidad liberadora pensada desde el sur del continente. En Ecuador, la analítica de la colonialidad cobra fuerza también en los noventa en un contexto de demandas y luchas sociopolíticas y epistémicas del movimiento indígena, que acompañó Catherine Walsh, especialmente en el campo educativo. Desde entonces, Walsh —actual directora del Doctorado de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina— comprende a Quijano y su pensamiento como acompañantes: “No en el sentido de doctrina, disciplinamiento o un nuevo universal. Acompañantes, más bien, de ruta —de mi ruta y de rutas compartidas— de apostar, caminar y preguntar. En el doctorado, Quijano no es simplemente un pensador para ser estudiado; tampoco es una suerte de padrino intelectual. Más bien, es un catalizador, un intelectual políticamente comprometido y activo, cuyo pensar prende fuego y hace estructuralmente interconectar e interrelacionar. Quijano nos obliga a reconocer la centralidad de la racialización de seres y saberes en Abya Yala, y del patrón eurocéntrico del conocimiento que permanece y se refuerza en la educación superior”. La teoría de la dependencia y la obra de José Carlos Mariátegui fueron dos pilares de su pensamiento, no solo en la elaboración de la categoría colonialidad sino también en otras fundamentales como ‘heterogeneidad histórica estructural’. En una entrevista en su paso reciente por Quito, Walter Mignolo, parte del proyecto de modernidad/(des)colonialidad junto a Catherine Walsh, comentó al respecto: “Quijano estuvo muy de cerca de los debates de la teoría de la dependencia, que fue una contribución desde América del Sur al pensamiento global. Esta teoría mira el capitalismo global: no puede haber desarrollo si somos dependientes. Quijano forma parte de este debate del setenta al noventa. En el noventa, él se da cuenta de que algo ha cambiado en el mundo e introduce el concepto de colonialidad. Pero este no se puede entender sin Mariátegui, quien ya había planteado el problema de la colonización y del racismo. Quijano hace de la raza o racismo un elemento fundamental de la colonialidad. No habla de clases sociales sino de clasificación social que es racista, sexista y de niveles económicos. En América es el racismo el que justifica la expropiación y la explotación. Así que por todo eso, el pensamiento de Quijano es fundamental para la producción teórica política en América del Sur. Yo pienso a partir de la modernidad-colonialidadad que nos permite mirar y pensar desde otro lado. Creo que estos conceptos son descoloniales”. Para Walter Mignolo, Quijano permitió con su pensamiento que viéramos a la colonialidad como “el lado más oscuro de la modernidad”, aquella que, como relato, mostró la cara amable del progreso. El desarrollo echó mano de la colonialidad. “Los europeos veían la clase, pero, como dice Luis Gordon: ‘Las Américas huelen a raza. Europa huele a clase’ —recuerda Mignolo—. Quijano debatió, a través de la “teoría de la modernización”, proponiendo desde la especificidad peruana y latinoamericana, un planteamiento teórico situado. La teoría de la modernización, para Quijano, divide a América Latina en dos espacios: las sociedades premodernas o tradicionales, y las sociedades modernas con características de sociedades capitalistas, en las que el desarrollo se entiende como ‘modernización’. Lo problemático sería pensar en una suerte de ‘evolución’, pues el desarrollo implicaría pasar de la sociedad tradicional, con sus formas de organización, de economía y de prácticas de vida, con el fin de alcanzar la sociedad moderna. La modernidad se asienta en tres momentos que consolidarían la hegemonía europea: la producción metalífera americana, como base de la acumulación y formación de la economía mundial capitalista; la presencia de América en el imaginario utópico europeo de los siglos XVI-XVII, y la participación latinoamericana en la Ilustración en el siglo XVI. “No hay modernidad sin colonialidad. Y lo que llamamos modernidad es un relato que justifica un tipo de economía que llamamos capitalismo”, dice Walter Mignolo. En definitiva, el capitalismo (en la economía), el Estado (como autoridad) y el eurocentrismo (como única forma de racionalidad y de producir conocimientos) son elementos centrales de la colonialidad, constitutiva del patrón de poder mundial. Y esta colonialidad del poder se mantuvo incluso una vez obtenida la independencia política de nuestros territorios. Quijano destaca el rol de la ‘raza’ en la conformación y mantenimiento de la colonialidad del poder, debido a que fue el más eficaz instrumento de clasificación y dominación impuesto a escala mundial. Dice Rita Segato: “A Einstein le preguntaron una vez: ¿Usted qué hace para generar sus ideas? Y él contestó: ¿Qué ideas? Yo tuve una idea. Es lo que le pasó a Quijano. La colonialidad como su formulación, su idea de una extrema coherencia, es una categoría viva que permite seguir pensando. Es la idea viva pensada desde ángulos diferentes”. _________________________________________________________ Full posting guidelines at: http://www.marxmail.org/sub.htm Set your options at: http://lists.csbs.utah.edu/options/marxism/archive%40mail-archive.com