DEBATE

 
La verdad del Valle


JUAN A. MAYOR DE LA TORRE

EL PAÍS  -  Opinión - 08-05-2005

Desde hace poco tiempo son frecuentes en los medios de comunicación las alusiones, citas o artículos, dedicados al Valle de los Caídos, monumental templo y necrópolis de mediados del siglo pasado. La mayoría aluden a la novedosa propuesta de un político republicano catalán de convertir dicho monumento en Centro de interpretación de los horrores del franquismo.

Republicano y catalán son dos respetables condiciones, comunes a grandes figuras de la historia de España, compatibles con inclinaciones históricas y estéticas dispares. Nadie está obligado a que le guste El Greco, el Acueducto de Segovia, las cuevas de Altamira o las esculturas de Ávalos. Pero las obras universalmente reconocidas como el Valle de los Caídos, monumentos que apuntalan esa misma historia, merecen respeto siquiera por ello: porque son prenda de la Historia misma aunque su autoría se remonte a periodos aborrecidos por muchos.

No parece pensable que a cualquier republicano sensible se le ocurriera desmantelar el monasterio de El Escorial porque en su panteón de reyes reposan los restos de buena parte de nuestros monarcas, algunos de ellos de triste memoria. Ni que a un catalán en sus cabales le diera por proponer que se desmonte el arco romano de Bará (Tarragona), arco de triunfo bélico homenaje al general Licinio Sura, porque testimonie el carácter dictatorial del aborrecible militar de Trajano.

El mundo entero, y España por obvias razones, están llenos de monumentos erigidos por vencedores, algunos de ellos crueles y despiadados, pero que configuran su pasado. Pensadores, guerreros y aun políticos de toda virtud y calaña. Por el contrario, el Valle de los Caídos es una muestra singular de reconciliación entre contendientes de dos bandos, hermanos para mayor dolor, enfrentados en una guerra llena de horrores mutuos: osario común y, sobre todo, lugar de oración donde los monjes benedictinos y quienes lo visitan piden a Dios perdón por las mutuas culpas y que jamás, por motivo alguno, pueda repetirse similar circunstancia. Presidido por la cruz, símbolo de perdón, es el segundo monumento de España en visitas después de La Alhambra, lo que ratifica su prestigio recogido en las enciclopedias y textos de arquitectura del mundo entero.

Ajenos a tales consideraciones y poco informados, no faltan quienes objetan dos hechos adversos y absolutamente falsos: primero: que fue construido por presos condenados a trabajos forzados. Segundo: que se erigió como faraónica tumba de Francisco Franco, vencedor en la contienda.

Es cierto que en su construcción trabajaron presos políticos. Y también presos comunes. Pero ni unos ni otros forzosos, sino voluntarios. Igual que al ingresar en prisión los reclusos más cultos se ocupan en la biblioteca, los agricultores en jardinería o los pintores en pintura, el Gobierno de aquellos años dio la opción de que un preso del carácter que fuera, lo mismo el político que quien cumplía condena por desvalijar un banco o robar carteras, pudiera acogerse a "redimir penas por el trabajo". Quienes lo hicieron, políticos o comunes, contaron tres días por cada uno trabajado, con lo que reducían a un tercio su condena. Recibían un pequeño salario por su trabajo y podían llevar a residir a sus familias junto a ellos en las viviendas rústicas del poblado; facilidad nada habitual. Estos datos son fácilmente documentables por quienes tengan interés en ello. Y si estar preso no es nunca situación agradable, trabajar en las obras del Valle fue redentora y opcional, no forzosa situación.

Los penados efectuaban obras de peonaje. Junto a ellos especialistas de los pueblos serranos, albañiles y sobre todo canteros, llevaban a cabo tareas que requerían un oficio que los presos no tenían. Cualquier anciano de tales pueblos aledaños puede aún atestiguar lo dicho hasta aquí. El número total de obreros que trabajaron en las obras del Valle fue de 2.643, de los que solamente 243 fueron penados.

En cuanto a que el Valle se construyese para panteón de Franco, es error que tan sólo requiere una reflexión:

En cualquier iglesia o catedral del mundo el sitio de honor para un enterramiento es delante del altar mayor. En el Valle este lugar está ocupado por los restos de José Antonio Primo de Rivera. Los de Franco están detrás del altar, no en el sitio de honor que se hubiese reservado si tal hubiera sido su deseo y el motivo de su construcción. Puede que para sus restos estuviera previsto el cementerio de El Pardo y en los últimos años se cambió de parecer. Resulta indiferente. Lo evidente es que si hubiera sido el Valle lo previsto, ¿no le habrían reservado el lugar que ocupa José Antonio?

La única realidad que a nadie verdaderamente reconciliado parece que debería irritarle, es que el Valle de los Caídos fue construido como simbólico enterramiento indistinto de víctimas de una guerra y para caídos de ambos bandos. En general, unos y otros combatieron defendiendo lo que creían mejor, lo más justo. Enfrentados en trincheras opuestas -algunos procedentes de quintas de uno y otro lado- hermanados en la muerte, allí están sus restos. Nada importa su exacta proporción; el idealismo de cada uno la hace inconmensurable. El Valle es una colosal casa de oración, reconciliación verdadera incompatible con cualquier "interpretación de horrores" que, lejos de interpretarse o rememorarse, lo que debemos hacer todos es tratar de olvidarlos.

Sería escandaloso, además de estéril, andar hurgando en cementerios de aquel pasado, que sin duda hay muchos más. Menos aún en el único construido para reposo de cerca de cuarenta mil hermanos caídos de ambos bandos con la particularidad de que quienes allí reposan están por voluntad de sus familiares, que así lo solicitaron, y por los que la orden benedictina, a quien está confiada su custodia y sufragios, celebra diariamente la misa desde hace casi medio siglo. (Por cierto, los últimos enterramientos lo fueron en el año 1983, durante el primer Gobierno de Felipe González.)

Como anécdota, la siguiente: cuando el cardenal Roncalli, luego Papa Juan XXIII, terminaba su nunciatura en París (1955), visitó el monumento y convino que España es la única nación que erige un monumento a los caídos de ambos bandos, vencedores y vencidos. Y exclamó: "En Francia sólo se hacen en honor de los vencedores".

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Una reconversión inevitable


PALOMA AGUILAR

EL PAÍS  -  Opinión - 08-05-2005

Desde hace unos años, se está produciendo en España una revisión del pasado franquista y una discusión pública sobre qué hacer con sus legados más visibles. Algunas de las estatuas más emblemáticas del dictador han sido retiradas de sus emplazamientos públicos y, desde septiembre del año pasado, existe una Comisión Interministerial -que hará públicas sus conclusiones antes del verano- entre cuyos cometidos figura abordar la difícil tarea de qué hacer con los símbolos heredados de esa época y qué nuevos lugares crear para reconocer y dar satisfacción moral a las víctimas de la dictadura.

Aunque esta comisión ha venido trabajando con gran discreción, en el pasado mes de marzo, Jaume Bosch, senador de ICV, declaró que el Gobierno le había comunicado en unas reuniones "secretas" su voluntad de convertir el más controvertido de todos los monumentos del franquismo, el Valle de los Caídos -concebido al final de la guerra e inaugurado dos décadas después-, en un museo de la historia de la dictadura y de homenaje a sus víctimas.

Estas supuestas filtraciones han suscitado un acalorado debate entre quienes consideran que el Valle de los Caídos, al albergar en su cripta a muertos de ambos bandos, es un monumento de reconciliación y que, por tanto, debería dejarse como está, y los que piensan que el gigantesco mausoleo no simboliza más que el afán de los vencedores por perpetuar la marginación de los vencidos y que, por tanto, debería transformarse.

La inclusión de algunos muertos del bando republicano no figuraba, en absoluto, en los planes originales de la obra. Pero el tango miente, y veinte años es mucho tiempo, así que unos meses antes de la inauguración del monumento, las autoridades decidieron, aparentemente inspiradas por la Iglesia, incluir a algunos muertos del bando vencido, con la condición de que fueran católicos, para adecuarse mejor a unos nuevos tiempos marcados por la necesidad de acabar con el aislamiento internacional. El único gesto supuestamente conciliador de la dictadura fue, pues, con los muertos, y resultó contundentemente desmentido por la belicosa simbología de la basílica, criticada, incluso, por algunos franquistas. Tampoco parece especialmente conciliador que durante los primeros años fueran miles de presos políticos los principales encargados de edificar la obra. Lo cierto es que no hay más monumento oficial que simbolice, de forma inequívoca y manifiesta, la reconciliación entre los dos bandos que el monolito ubicado en la plaza de la Lealtad de Madrid, inaugurado por el Rey en 1985, junto con algunos ex combatientes de ambos bandos, reciclando un monumento de 1840 donde se rendía homenaje a los héroes del 2 de mayo.

La variedad de propuestas trasladadas al Gobierno en los últimos meses es sumamente amplia: desde quienes sugieren destruir el monumento, hasta los que se oponen a cualquier cambio.

Somos muchos los que pensamos que la reconversión es inevitable, aunque no suscite todo el consenso que sería deseable. La basílica, con su poderosa e irreciclable simbología, y albergando los restos de casi 40.000 personas, no tiene mucho remedio, pero no es propio de los gobernantes recurrir a la estrategia del avestruz y hacer como si tamaño despropósito no existiera. El monumento pertenece al Estado, lo que le obliga a su custodia. Sin embargo, deben modificarse determinadas prácticas que han prevalecido hasta la fecha: el cuidado de las tumbas de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera no debería depender del Estado; tampoco parece muy apropiado que la Fundación Nacional Francisco Franco tenga permiso para reponer, semanalmente, las flores que adornan dichas tumbas, ni que los religiosos que ofician la misa en que se conmemora el 20 de noviembre se dediquen a exaltar a ambos personajes históricos y a lanzar diatribas contra la democracia. También deberían subsanarse los lacerantes silencios y eliminarse la información sesgada de las guías turísticas del Valle.

Aunque poco más que lo señalado puede hacerse con la basílica, hay otros edificios del conjunto monumental, muy especialmente la hospedería, donde resultaría más sencillo y apropiado albergar un museo sobre la Guerra Civil, el franquismo, la resistencia democrática e incluso la propia historia del Valle de los Caídos. Es posible que esta propuesta también suscite polémica, pero nadie dijo que la reforma de este monumento fuera a resultar sencilla. Tampoco lo está siendo la conversión de la Escuela Mecánica de la Armada, centro de detención ilegal, torturas y asesinatos bajo la dictadura argentina, en Archivo de la Memoria y Biblioteca de los Derechos Humanos y, sin embargo, se está acometiendo.

Lo insólito es que en España no haya ningún monumento oficial que rinda homenaje a la oposición democrática contra la dictadura. Al final, qué duda cabe, con la solución salomónica que aquí se sugiere el conjunto monumental de Cuelgamuros seguiría siendo un engendro, o, acaso, lo sería más aún, pero al menos dejaría de ofender la memoria de aquellos presos políticos que contribuyeron a levantarlo y de todos aquellos vencidos en la Guerra Civil, y sus herederos ideológicos, que no se sienten en absoluto representados por un monumento que nunca ha suscitado conciliación y sí discordia.

El 20 de noviembre de este año la extrema derecha, minoritaria, pero envalentonada, conmemorará el 30º aniversario de la muerte de Franco. Habría que evitar que volviera a utilizarse un lugar sostenido por Patrimonio Nacional, dependiente del Ministerio de la Presidencia, para la exaltación de la dictadura. Sin embargo, mientras los restos de Franco y José Antonio sigan allí es difícil que el Valle deje de ser un lugar de peregrinación de la extrema derecha. No parece descabellada la propuesta de ICV, según la cual los familiares de ambos finados habrían de decidir a qué lugar podrían trasladarse sus restos, ya que resulta insólito que uno de los principales dictadores del pasado siglo disponga de un mausoleo faraónico cuya custodia corra a cargo de las arcas públicas del mismo Estado cuyos poderes usurpó de forma ilegal.




 


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