Diario de Mallorca (12.5.05)

Es mala memoria


NORBERTO ALCOVER

Mientras en Europa tenía lugar el tremendo enfrentamiento entre democracia y totalitarismos, España vivía un no menos tremendo franquismo dominado por la paz de los cementerios. Es cierto que a punto estuvimos de alinearnos en las filas destructivas del nazismo alemán y del fascismo italiano, pero preciso es reconocer que el entonces Caudillo no se precipitó por esta peligrosa inclinación de la historia. En fin, que el resultado de aquella situación ha sido una España al margen de la revolución europea hasta tantos años después, y una impresionante falta de memoria sobre cuanto aconteciera en los campos bélicos ensangrentados hasta el terror.
Es lógico que estos días, cuando celebramos el final de aquella vorágine entre aria y pagana, los medios de comunicación nos hayan trasladado instantáneas francesas, alemanas y rusas, pero apenas españolas que sobrevivieron al exterminio de los campos de concentración y que, para mayor inri, no les habíamos hecho maldito caso hasta hoy. Ellos han sido nuestra excusa para quedar mínimamente bien en estos momentos de contenida ira al recordar la barbarie organizada en territorio nazi y, poco más tarde, la que proseguiría en el ámbito soviético, tan destructiva como la anterior.
Pero si el berbiquí de la inteligencia penetra con mayor intensidad en lo que estos días se ha celebrado, nos asomamos a otra realidad ya tratada en anteriores ocasiones desde estas misma páginas: esa mala memoria de los españoles/as respecto de nuestro pasado en general, pero especialmente de nuestro más inmediato pasado, el protagonizado por el franquismo y por su redundancia en nuestro posicionamiento político, intelectual y hasta religioso en el conjunto de los países europeos, con las consecuencias mundiales que supuso a medio y a largo plazo. Mala memoria al respecto. Pésima memoria.
Porque lo que ha supuesto para los europeos la Segunda Guerra Mundial, supuso para nosotros -con las necesarias precisiones- la Guerra Civil y el franquismo consiguiente, por mucho que procuremos evitar esta evidente constatación: nos cambió la vida por completo. Y solamente en la medida que exorcicemos de una vez sus delicados fantasmas, podremos contemplar cara a cara nuestra propia experiencia de enfrentamiento inhumano, que desgraciadamente estamos constatando como todavía presente estos últimos meses. En algún momento tendríamos que organizar una conmemoración desapasionada de tantos errores cometidos por todos para pedirnos perdón los unos a los otros y acabar para siempre con iras contenidas, con asignaturas pendientes y, sobre todo, con posibles odios inveterados. Una conmemoración civil con presencia de cuantos nos sentimos copartícipes en el tiempo de lo que nuestros mayores llevaron a cabo, muy probablemente sin darse plenamente cuenta de lo que hacían.

En este contexto, es satisfactorio que el presidente del Gobierno de España haya estado presente en el campo de exterminio de Mauthausen y por decisión propia: es un gesto que le honra y que, además, se inscribe en su dinámica personal por razones familiares y axiológicas. Ha sido una incorporación todavía mayor a esta Europa en la que estamos pero con la que deseamos intimar todavía más para un proyecto continental de futuro.
En España misma, por el contrario, apenas hubo actos conmemorativos de una fecha tan crucial para cuantos, ahora mismo, gozamos de aquella paz tan costosa adquirida. Prácticamente nada de nada. Porque no iba con nosotros. Porque entonces todavía no éramos europeos. Porque apenas murieron españoles en los gélidos campos de batalla, cuando no es cierto. Mala memoria. Pésima memoria.

La incorporación a la Unión Europea, tan correosa ella, se verificará en la medida que las alegrías y las angustias de nuestra Europa sean las nuestras como españoles. Porque una misma es la historia común y a la larga será la historia de todos. Pero esta identificación con nuestros hermanos europeos implica que nosotros, como herederos de tantos hombres y mujeres que murieron aquí mismo y más tarde padecieron persecución o por el contrario gozaron de prepotencia, hemos sido capaces de organizar una explícita celebración del perdón, de tal forma que demos por cerrada la herida ignominiosa. Una herida por la que todos sangramos si gozamos de una mínima sensibilidad.
La mala memoria solamente se cura cuando se la mira de frente y se la acoge con piedad, con justicia y con grandeza de corazón. Tres cualidades que, entre otras, debe de tener nuestra monarquía parlamentaria.


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