La venta del siglo 

JEREMY RIFKIN 
Jeremy Rifkin es autor de La era del acceso (Paidos 2000) y presidente de
la Fundación sobre Tendencias Económicas en Washington DC. 
Pregunta: ¿cuál es la propiedad más valiosa en todo el mundo que merezca la
pena poseer en los albores de la Era de la Información? Respuesta: las
radiofrecuencias -el espectro electromagnético-, por las que transcurrirá
una cantidad cada vez mayor de comunicación humana y actividad comercial en
la era de las comunicaciones inalámbricas. Nuestros ordenadores personales,
agendas electrónicas, Internet sin cables, teléfonos móviles,
localizadores, radios y televisiones, todos dependen de las
radiofrecuencias del espectro para enviar y recibir mensajes, fotografías,
audio, datos, etcétera.
Naturalmente, la mayoría de nosotros no nos paramos a pensar jamás en el
espectro. Lo consideramos, más o menos, como el oxígeno que respiramos,
como un bien libre. En realidad, el espectro es tratado como una 'propiedad
común' y está controlado y administrado por Gobiernos que, a su vez,
alquilan las diferentes radiofrecuencias a instituciones comerciales y de
otras clases para sus emisiones. En otras palabras, el Gobierno es
propietario del sistema electromagnético en nombre de la gente de todos los
países.
Pero ahora, los poderosos medios de comunicación comerciales aspiran a
hacerse con el control total de las ondas. Imaginemos un mundo en el que un
puñado de conglomerados de medios de comunicación como Vivendi, AOL, Time
Warner, Sony, Telefónica, AT&T, BskyB, Disney, Fininvest, Deutsche Telekom
y News Corporation fueran literalmente los dueños de todas las ondas en
todo el planeta y comerciaran con ellas como 'propiedad inmobiliaria
electrónica privada'. En Washington DC empieza a desarrollarse una
estrategia para que eso suceda.
El 7 de febrero, 37 de los principales economistas norteamericanos, entre
ellos seis que anteriormente trabajaron en la Comisión Federal de
Comunicaciones [FCC, siglas en inglés], firmaron una carta conjunta
pidiendo a la FCC que permitiera a las empresas de radiodifusión vender en
los mercados secundarios el espectro que actualmente alquilan al Gobierno.
Esta carta, que pasó prácticamente desapercibida por la opinión pública en
general, es la salva inicial de un plan radical para acabar arrebatando
todo el control sobre el espectro al Gobierno estadounidense y a los
Gobiernos de todo el mundo y convertir las radiofrecuencias de nuestro
planeta en coto privado de los gigantes de los medios de comunicación
globales. Si lo consiguen, el Estado nacional habrá perdido uno de los
últimos vestigios de poder real que le quedaban, o sea, la capacidad para
regular el acceso a las comunicaciones de radiodifusión dentro de sus
fronteras geográficas. Pero me estoy adelantando ligeramente al argumento
de la historia. Empecemos por el principio.
Hace varios años, una fundación conservadora de Washington DC, la Fundación
para el Progreso y la Libertad, estrechamente vinculada al ex presidente de
la Cámara de Representantes estadounidense Newt Gingrich, publicó un
informe titulado La revolución de las telecomunicaciones: una oportunidad
estadounidense. Los autores del informe instaban a que el espectro
electromagnético dejara de ser una propiedad pública y pasara a ser
privada. Conforme al plan, se otorgaría a las empresas de radiodifusión en
posesión de licencias el título de propiedad del espectro que utilizan
actualmente y tendrían la posibilidad de usarlo, desarrollarlo, venderlo y
comerciar con él como estimasen oportuno. Las partes sin utilizar del
espectro se venderían posteriormente a empresas comerciales y se
reconstituirían como bien inmueble electrónico privado, mientras que la FCC
del Gobierno sería abolida.
Los autores del estudio alegaban que el control oficial de las
radiofrecuencias llevaba a una utilización ineficaz de las ondas y que, si
el espectro se convertía en una propiedad inmobiliaria electrónica privada
que se pudiera intercambiar en el mercado, la mano invisible de la oferta y
la demanda dictaría los usos más innovadores de esas frecuencias.
Posteriormente, se celebraron audiencias en el Congreso sobre la propuesta,
lo cual aceleró el interés por el plan.
Pero, incluso los grupos de presión empresariales de Washington con más
experiencia encontraban un tanto ambiciosa la noción de la venta de una
sola vez de las ondas estadounidenses a intereses comerciales privados. De
modo que, menos de un mes después de que George W. Bush llegara a la
presidencia, la carta de los 37 distinguidos economistas aparece en el
umbral de la FCC. El nuevo pensamiento: primero, asegurarse un plan parcial
de privatización que permita a las empresas vender y comerciar con su
espectro, alquilado en mercados secundarios. Una vez hecho esto, se
establecería la base comercial para una conversión final, en la que se
pasaría del alquiler oficial del espectro a una venta pública, de una sola
vez, al sector privado. Después, otras naciones se animarían a seguir el
ejemplo y venderían sus respectivos espectros a las empresas de medios de
comunicación globales, hasta que todas las radiofrecuencias del mundo
pasasen a ser una finca electrónica privada. Si algunos países se
resistieran a la idea de renunciar al control de sus ondas, se podrían
establecer sanciones comerciales internacionales para imponer la
obediencia.
En la era industrial, el intercambio de propiedades en los mercados era la
condición sine qua non del comercio. La función de los Gobiernos nacionales
era proteger la propiedad y los mercados. Pero, en el nuevo mundo comercial
que nace, el acceso a la información que fluye por las redes de
comunicaciones se vuelve, por lo menos, igual de importante que el
intercambio de propiedades en los mercados. Quien controle los canales de
comunicación por los que un número cada vez mayor de gente llevará a cabo
una parte creciente de su actividad comercial y social, dictará las
condiciones de la vida cotidiana.
Aunque se podría defender razonablemente que los Gobiernos aflojaran el
control sobre las restricciones de alquiler del espectro, y permitieran a
las empresas de radiodifusión vender los derechos sobre radiofrecuencias
infrautilizadas en los mercados secundarios, ¿cómo se garantizaría a los
miles de millones de personas que habitan la Tierra su más básico derecho a
comunicarse entre ellas en un mundo sin cables? En una era en la que una
parte cada vez mayor de nuestras comunicaciones diarias con los demás seres
humanos se desarrolla en el ciberespacio, el acceso a las ondas se vuelve
vital. Como es natural, los que pueden pagar pueden conectarse. Pero ¿qué
pasa con el 62% de personas que nunca han realizado una sola llamada
telefónica y el 40% de seres humanos que no tienen electricidad? ¿Cómo
conseguirán jamás acceder al ciberespacio, en un mundo en el que el precio
de admisión está controlado por unos cuantos gigantes de los medios de
comunicación?
En segundo lugar, si el flujo de las comunicaciones humanas está controlado
por empresas de medios globales, ¿cómo nos ase-
guramos de que se permitirá que fluyan por el espectro puntos de vista
sociales y culturales y expresiones políticas que difieran de los de las
empresas dueñas de las ondas? En el pasado, hemos visto lo que pasa cuando
los Gobiernos totalitarios controlan las ondas y reprimen la libre
expresión de ideas que van en contra de la postura oficial. En el futuro,
podríamos enfrentarnos a la perspectiva de una nueva forma de represión,
cuando las empresas de medios globales refuercen su dominio de las ondas y
prohíban la expresión de puntos de vista contrarios a sus intereses
comerciales.
Y, lo que es igual de inquietante, cuando empresas como AOL-Time Warner,
Disney y Vivendi Universal sean propietarias de los canales de
comunicación, así como de gran parte del 'contenido' que circula a través
de ellos, ¿se secará completamente la rica diversidad cultural que
tradicionalmente ha generado y alimentado la sociedad civil? ¿Nos
quedaremos con sólo unas pocas empresas de medios de comunicación mundiales
como árbitros supremos de la cultura humana?
En tercer lugar, ¿cómo impedimos que esas empresas ejerzan una influencia
indebida en la vida comercial misma, debido a su control de los canales de
comunicación a través de los cuales se hacen los negocios? Los gigantes del
ferrocarril intentaron hace cien años en Estados Unidos utilizar su control
sobre los transportes para dominar gran parte de la vida comercial. La ira
pública contra los monopolios ferroviarios llevó a la aprobación de leyes
antimonopolio y a la división de estos carteles gigantes. Sin embargo, las
redes de comunicaciones de hoy tienen una escala mundial. A pesar de ello,
ni siquiera nos hemos planteado la posibilidad de establecer un mecanismo
global antimonopolio que se ocupe de los oligopolios de medios de
comunicación de ámbito mundial. En la actualidad, el único recurso que
tiene la gente es el viejo adagio de 'a riesgo del comprador'.
Por último, en la nueva era, cuando todo el mundo esté conectado con todos
los demás en redes comerciales de información y de telecomunicaciones,
¿cómo impedimos que los propietarios empresariales de las radiofrecuencias
exploten los datos sobre la vida de la gente que circulan por el
ciberespacio? ¿Qué garantías tendrán las personas respecto a su propia
intimidad cuando se pueda acceder a cada uno de los aspectos de la historia
de su vida como bits de información, que viajan por unos canales de
comunicaciones propiedad de una empresa y controlados por ella?
En los albores de la era de los medios de comunicación mundiales, hace más
de veinte años, un miembro del Gobierno estadounidense hizo el comentario
profético de que 'el comercio ya no sigue la bandera, sigue el sistema de
comunicaciones'. Cuando el mismísimo derecho de comunicarnos unos con otros
ya no esté asegurado o garantizado por el Gobierno, sino controlado por
poderosos conglomerados de medios de comunicación que se mueven en la arena
comercial global, ¿podrán seguir existiendo las libertades básicas y la
verdadera democracia?


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