Reportaje de la Escritora Patricia Lara

Transcribimos el Reportaje de la Escritora Patricia Lara, Publicado en su 
último libro"Las Mujeres en la Guerra"

ISABEL BOLAÑOS, LA CHAVE.

DIRIGENTE DE LAS AUTODEFENSAS

“Compañeros, si oyen tiros no se preocupen porque vamos a matar a un 
hijo de puta”, nos dijo esa tarde una guerrillera que pasaba por el 
camino acompañada de dos más.

María Luisa Márquez, la dueña de casa, una campesina invasora de tierras, su 
hijo, su nuera, Ómar el chofer, y yo nos miramos.

Ninguno habló. Pero a todos el corazón nos dijo que el muerto iba ser Lucho 
el Orejón.

Lucho era un dirigente campesino que había empezado a rebelársele a la 
guerrilla en la invasión de Pueblo Nuevo (Córdoba). La de Pueblo Nuevo había 
sido una gran invasión realizada por quinientas familias de pescadores y de 
campesinos a mediados de los años ochenta, en una finca inmensa de un 
político de la región. Ante el éxito de ella, todos los grupos guerrilleros 
– ELN, Farc, EPL*, se asentaron en la zona. Los campesinos de Pueblo 
Nuevo habían comenzado a cansarse de la presencia guerrillera. No querían 
que siguieran exigiéndoles una parte de su cosecha de maíz, un marrano, una 
vaca o que los obligaran a gastar su tiempo en ir a un montón de reuniones. 
No querían que llevaran más secuestrados a la zona, ni que les montaran 
campamentos en sus tierras.

La gente se rebeló. Ya no les fiaban a los guerrilleros en las tiendas, ni 
les prestaban las barquetas, ni les regalaban la plata.

Lucho era el abanderado de la rebelión. Tenía fama de ser muy conflictivo. 
Pero no lo era. Acostumbraba si a cantarle la verdad en la cara a la gente, 
así se tratara de la guerrilla.

Era pequeñito. Parecía bravo. Era hablador. Siempre me regalaba un mango o 
una naranja, o tenía algún detalle conmigo. Yo lo adoraba.

Lucho había adquirido mucha fuerza entre los campesinos. Cuando hablaba, la 
gente comentaba: “Verdad que Lucho tiene razón”.anochecía. El 
calor comenzaba a disminuir. De pronto oímos una balacera atroz. Entonces 
pensé: “¨¡Dios Mío, no se requiere tanta bala para matar a un 
hombre!”. enseguida llegó un guerrillero. Tenía la cara ensangrentada. 
Le gritó a Ómar: “Saca ese carro, que tienes que 
llevarnos!”.Nadie habló. Nadie fue a mirar qué había pasado. 
Resolvimos irnos a acostar.

A las cuatro de la mañana Ómar llegó en el carro. Lo guardó. No dijo nada. 
Amaneció. A las siete, cuando yo iba a salir, le pregunté:

_ ¿Qué pasó?

_ La guerrillera tenía un brazo casi desprendido. Uno de los guerrilleros 
llevaba la cara ensangrentada y otro tenía la pierna destrozada.

La vieja Luisa y yo decidimos ir a ver qué le había ocurrido a Lucho. 
Pasamos por donde la vieja Rosa, que era enfermera. Ella y su marido se 
unieron a nosotros. Lo mismo hizo el tuerto Enrique.

Encontramos a Lucho tirado en el patio de su casa, cubierto de polvo. 
Parecía una momia. Sus siete hijos estaban alrededor. Su mujer lloraba en 
cuclillas a su lado.

Le pregunté a la esposa qué había pasado.

Lucho había llegado de pescar. Cuando los guerrilleros entraron, estaba 
escamando el pescado. Al ver que lo iban a matar, le dio a la guerrillera en 
el brazo con el cuchillo y casi se lo desprende. Los otros le dispararon. 
Pero él siguió acuchillándolos: a uno le chuzó la pierna y al otro le 
desprendió el cuero cabelludo. El tiroteo fue atronador.

El cuerpo de Lucho tenía huecos por todas partes. Lo limpiamos. Lo 
envolvimos en tres orillos.  Lo amarramos con pita. Nos llevamos el cadáver.

El cortejo fúnebre lo conformábamos nosotros, la señora de Lucho y sus 
hijos. Caminamos con el muerto. Íbamos rezando el rosario. El recorrido era 
largo. Todos estaban asomados a las puertas y a las ventanas. Sentíamos 
encima las miradas de miles de ojos.

Llegamos a la orilla de la ciénaga. Entramos al cementerio. Enterramos a 
Lucho.

Yo pensé: “Tuvimos el coraje de enterrarlo, pero no de defenderle la 
vida”. Siempre me ha avergonzado haber tenido esa actitud cobarde. La 
suya fue otra muerte anunciada.

Regresamos a la casa del muerto. La gente seguía mirándonos. Nadie decía 
nada. Les preparamos la comida a la viuda y a los hijos. Entonces les 
dijimos: “Hemos tenido el valor de acompañarlos hoy, pero no creemos 
que la valentía nos dure mucho. Es mejor que se vayan porque seguramente la 
guerrilla no va a querer que ustedes sigan aquí”. La viuda nos miró 
con desprecio. Empacó las cosas en cejas Ómar llevó el carro. Le di a ella 
las cositas de oro que tenía. Mamá Rosa le entregó una platica. Los metimos 
a todos con sus cosas en el carro. Cuando Ómar regresó le preguntamos:

__¿Qué pasó?

__Los tiré en el parque __ dijo.

Nunca más volvimos a saber de ellos. ¡Qué vergüenza!

Al comienzo a la gente le gustaba la guerrilla, no deseaba que se fuera, 
pero quería que se comportara como una guerrilla de verdad. Sin embargo, con 
los abusos que empezó a cometer, la cosa comenzó a cambiar. Fue cuando Lucho 
organizó a los campesinos para que no se dejaran joder de la guerrilla. 
Después ocurrió su asesinato y comenzaron a aparecer más muertos por ahí. 
Entonces los campesinos decidieron hablar con los dirigentes de los frentes 
guerrilleros que operaban en la zona.

Hablamos con el viejo Rafa, comandante de la Farc. Hablamos con los 
dirigentes elenos, con Fabio y con Enrique Buendía. Les pedimos que no 
cometieran excesos, que no siguieran viviendo a costillas de la comunidad. 
Les dijimos que ese comportamiento contradecía su ideario, que con él se 
enemistaban con la propia comunidad que era su base de apoyo, que ninguno de 
nosotros tenía nada contra ellos, que creíamos que todo podía arreglarse 
conversando.

“Tranquilos, compañeros, ustedes tienen razón, todo se va a 
solucionar, vamos a tomar medidas”, dijeron. Pero no hicieron nada. 
Todo siguió igual.

Los campesinos tenían un proyecto de producción y había un fondo para pagar 
el alquiler de un tractor. Pero desfalcaron el fondo. No había con qué pagar 
el tractor. Entonces les pedimos a unos terratenientes que nos prestaran 
tractores para preparar el terreno. Y esos terratenientes malvados, como los 
llamaban los guerrilleros, nos prestaron los tractores. Pero éstos les 
echaron plomo porque los dueños eran unos sapos hijueputas. Y la tierra no 
se pudo arar, ni se pudo sembrar.

Por esa época, años 1988 y 1989, se extendió el paramilitarismo en la 
región. Era una reacción contra el abigeato, la extorsión, los secuestros y 
los abusos de la guerrilla. Los paramilitares eran los ciudadanos de fincas, 
los miembros de grupos privados que armaban los dueños de las haciendas para 
que les hicieran frente a los guerrilleros. Los paramilitares cometían 
masacres, como la de la Mejor Esquina. Allá se salvó un amigo mío porque se 
hizo el muerto.

Ocurrió que afectos al EPL estaban en una fiesta de Semana Santa, contentos, 
bailando, cuando llegaron los hombres armados y dispararon. Mi amigo dormía 
la borrachera. Dice que sólo recuerda que hubo muchos muertos. A él se lo 
llevaron para Planeta Rica, confundido entre los cadáveres. Allá pudo saltar 
el camión a una calle. Luego se quedó dormido en un corredor. Cuenta que se 
despertó con el sol en la cara y exclamó: “¡Ay jueputa, qué 
pesadilla!”. Se percató de que no había sido una pesadilla cuando vio 
un letrero en la pared que decía: “Llegaron los Magníficos”. En 
la invasión nos daba mucho miedo que nos ocurriera lo mismo. Allá tenía 
campamentos la guerrilla. Y muchos campesinos eran afectos a ella, inclusive 
yo: aún cuando nunca tuve la disciplina para militar, me sentía muy cercana 
al ELN.

Entonces, como les temíamos a los paramilitares, y como continuaban los 
abusos de la guerrilla y seguían apareciendo por ahí campesinos asesinados 
por ella en cobros de cuentas, decidimos hablar con las ONG*. La comunidad 
campesina les exigió que tomaran posición.

Pero no, las ONG les achacaban los muertos a los paramilitares. Y nosotros 
sabíamos que eran muertos de la guerrilla. Ese fenómeno comenzó a aparecer 
en otras partes: en Cereté, en el Alto Sinú... Allá también los campesinos 
se cansaron de la guerrilla. Y la guerrilla empezó a matarlos. Los muertos 
de las comunidades eran de la guerrilla. Los de las grandes masacres eran de 
los paramilitares.





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