Puesto que hemos llegado al fInal del primer
lustro del tercer milenio, es preciso sacar un breve balance. En una
columna mía del milenio anterior, observaba que en los últimos
tiempos se habían verificado una serie de desarrollos tecnológicos
que representaban verdaderos pasos atrás.
La comunicación
pesada había entrado en crisis hacia finales de los años
setenta, cuando todavía la televisión nos sometía a una fruición
pasiva y emitía sonidos capaces de molestar a la vecindad entera. El
primer paso hacia la comunicación
ligera se dio con la invención del mando a distancia, con el
cual el espectador podía quitar el audio y convertirse en un campeón
de zapping, entrando por consiguiente en una fase de libertad
creativa. La liberación de la televisión se produjo con el video,
con el cual se realizaba la evolución hacia el cinematógrafo.
Por lo que se refiere a los antiguos programas
de televisión, visto que las mismas emisoras empezaron a poner
letreros que corrían por debajo de las imágenes, se podían emitir
programas en los cuales, mientras dos se besaban en silencio, se
veía un recuadro donde ponían Te quiero. De esta forma, la
tecnología ligera inventaba por fin la película muda. Esta fase, en
parte, había sido anticipada por internet, donde el usuario podía
recibir sólo imágenes inmóviles sin necesidad alguna de sonido. Por
otra parte, internet, con un tipo de comunicación fundamentalmente
alfabética, ya nos había hecho regresar a la Galaxia Gutenberg.
A esas alturas se podían eliminar incluso las
imágenes, inventando una especie de caja que emitiera sólo sonidos y
que no requiriera ni siquiera el mando a distancia, dado que se
podría llevar a cabo el zapping simplemente girando el mando. No
piensen que por aquel entonces me estaba inventando imaginativamente
la radio: vaticinaba tan solo el advenimiento del iPod.
Por último, el estadio final se alcanzó cuando
las transmisiones por el éter, gracias a las televisiones de pago,
cedieron el paso a una nueva era de la transmisión por el cable del
teléfono, pasando de la telegrafía sin hilos a la telefonía con
hilos, superando a Marconi y regresando a Meucci.
El hecho de que se estaba procediendo hacia
atrás había quedado claro tras la caída del muro de Berlín, cuando
los editores de atlas tuvieron que eliminar todos los ejemplares
almacenados (que se habían vuelto obsoletos por la presencia de la
Unión Soviética, Yugoslavia, Alemania del Este y otras
monstruosidades por el estilo), pero afortunadamente pudieron
recuperar los atlas publicados antes de 1914, con su Serbia, su
Montenegro y todos sus estados bálticos.
Ahora bien, la historia de los pasos atrás no
para aquí, y este principio del tercer milenio ha sido pródigo en
ejemplos. Después de los cincuenta años de Guerra Fría, hemos tenido
el regreso triunfal, con Afganistán e Irak, de la guerra guerreada,
la guerra caliente; y también se han rescatado del olvido memorables
ataques decimonónicos de los astutos afganos en el paso Kyber, una
nueva época de Cruzadas con el choque entre Islam y Cristiandad,
incluidos los asesinos suicidas del Viejo de la Montaña, y un
retorno a los fastos de Lepanto (tanto, que algunos afortunados
libelos de estos últimos años podrían resumirse con el grito de ¡Al
moro, al moro!).
Han vuelto a aparecer los fundamentalismos
cristianos que parecían pertenecer a la crónica del siglo XIX, con
el nuevo auge de la polémica antidarwinista, y ha renacido (aun de
forma demográfica y económica) el fantasma del Peligro Amarillo.
Desde hace tiempo nuestras familias vuelven a alojar siervos de
color, como en Lo que el viento se llevó, y han vuelto a tomar pie
las grandes migraciones de pueblos bárbaros, como en los primeros
siglos después de Cristo.
Ha regresado triunfante el antisemitismo con
sus Protocolos, y en Italia tenemos fascistas (aun siendo muy post,
muchos de ellos siguen siendo los mismos) en el gobierno. También en
Italia se ha vuelto a abrir el contencioso post-unitario entre
Iglesia y Estado y, para dar fe de regresos casi a vuelta de correo,
ahí está, con varias formas, la Democracia Cristiana. Parece,
también, que nos estamos aproximando a un período anterior a la
Resistencia, pero con el aporte constitucional de la Liga Norte el
regreso no parece ser a antes de la Segunda Guerra Mundial, sino
incluso a una Italia pregaribaldina. Parece casi que la historia,
angustiada por los saltos que ha dado en los dos milenios
anteriores, se está enrollando sobre sí misma, volviendo a las
cómodas pompas de la Tradición.
Se podría objetar que algo nuevo, por lo menos
en Italia, ha sucedido, es decir, la instauración de una forma de
populismo tercermundista, perpetrado por un empresario particular
cuya única finalidad es exclusivamente su propio interés. Se trata
sin duda de un fenómeno nuevo, por lo menos en la escena europea.
Claro que, para confirmar la tendencia retrógrada de los
acontecimientos, ha vuelto a asomarse la figura del monarca tipo
Bajo Imperio, que se ciñe la cabeza con ínfulas, se pone afeites en
el rostro y se unge los cabellos, cantando con su lira mientras
contempla una Roma en llamas.
* Crítico literario, semiólogo y novelista
italiano.