CipcaNotas

Boletín Virtual No 171, Año 5. Octubre de 2006.

RED de comunicación del personal de CIPCA-Bolivia

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LA TRAGEDIA DE HUANUNI

  _____  

 

 

Por: I. José de la Fuente (*)

 

 

Escribir sobre la tragedia minera en Bolivia es una reiterada, penosa y
sangrienta remembranza que nos lleva directamente a la tradición de un
trágico sino histórico nacional, pero también, con no poco orgullo, al
penúltimo icono de nuestra proverbial riqueza natural: el Estaño. El mineral
que hizo nuestra memoria política y social del último siglo, un aspecto
central de la épica de la Revolución de 1952 y cuyos resultados para bien y
mal seguimos viviendo como país.

 

Y, ahora, luego de esa época histórica, mezcla de lucha social y fracaso de
la administración estatal de la minería, una enésima tragedia
–particularmente estúpida, desgraciada y en democracia–, no podemos dejar de
pensar en sus dimensiones y en la profundidad con la que abraza al país
entero. ¿Qué paso en Huanuni? Fue tan grave lo sucedido, que por respeto a
su gravedad sólo debiésemos pensarlo en torno a nuestras responsabilidades
ciudadanas y el derecho de soñar en otro país; pero escapando, radicalmente,
de la otra miseria, la mediocridad y la falta de imaginación política, parte
esencial de lo que acabamos de vivir.

 

En esa línea, reflexiva y de responsabilidad ciudadana, queremos dejar
constancia de cuando menos cinco lecciones para asimilar lo sucedido y otear
alternativas. Lo primero, ese horror -insisto; sangre y estupidez- nos acaba
de mostrar la urgencia de plantearnos una esperanza compartida de otro país,
que es la discusión de un Estado y sociedad hartos distintos de los que
tenemos y que implica una firme voluntad de asumir cambios de fondo; esta
actitud es esencial, en lo mínimo en que tenemos que estar de acuerdo es en
la urgencia de cambiar, todos, unos y otros.

 

Segundo, el análisis de tamaña desgracia no puede reducirse al último cuarto
de siglo, por más razones objetivas que hubiese para temporalizar así lo
sucedido; si bien no puede olvidarse la impronta de quienes en ese tiempo
pensaron resolver los temas estatales como cuestiones de meros joint
ventures u otros negocillos internacionales, supuestamente milagrosos. El
menor de los verdaderos horizontes de la problemática tiene que ver con el
Estado del 52 y el mayor con el eterno desafío boliviano de explotar
racional, rentable y sosteniblemente sus ingentes recursos naturales para
construir un país.

 

Tercero, la cuestión de cómo plantear la explotación de los recursos
naturales debe partir de una visión nacional que no la tenemos o que, cuando
menos, no es la conocida, y que ello implicará redefinir los conocidos y
fracasados roles del Estado, la institucionalidad pública y hasta de los
sindicatos. Y, sobre todo, estar conscientes de que enfrentar esa
problemática estructural es plantearse la creación de riqueza material y su
distribución social y que ello no sólo es “negociación” entre sectores o la
distribución física del recurso natural entre los vecinos inmediatos, por
más justo que aquello pareciese; la cuestión es principalmente económica –
productiva y su único rasero válido es mostrarla rentable económica y
socialmente.

 

Cuarto, que parte de la complejidad de la crisis que vivimos es que estamos
al medio de una ingesta ideológica que llega al extremo de amenazar la
comunicación básica, la utilidad del lenguaje y que impide no sólo el
debate, sino la misma concertación. Chocan los sentidos discursivos de
quienes gobiernan ante un estado de crisis que obligó a las mayorías
nacionales a tomar el gobierno con indiscutible legitimidad y que empieza,
también con todo derecho, por expresar su enojo y amargura por tanta
postergación y miseria; pero que mayormente sirve para el testimonio y poco
para la gestión gubernamental. Al frente, los discursos conservadores
incapaces de reconocer su responsabilidad en el desastre y dedicando su
escasa imaginación política y social para hacer calculillos que protejan sus
privilegios y ese sistema corrupto de administrar el Estado.

 

Lo fundamental es que, discursos y visiones sólo sirven para mostrar
horizontes y nada más, entre el lugar real donde estamos –la tragedia de
Huanuni– y la transformación estatal profunda necesitamos visiones
alternativas y una enorme capacidad política para desarrollarlas; y cuya
principal responsabilidad es gubernamental.

 

Quinto, que la paz y la anhelada concertación nacional, no son treguas,
consensos o los famosos Acuerdos Nacionales a que nos acostumbraron en el
último cuarto de siglo democrático. Ella no vendrá mientras no resolvamos
estructuralmente las visiones antagónicas de país por la única tangente
posible: un proyecto alternativo de país. La discusión de fondo, -sin
soslayar la urgencia ética de procesar criminalmente a los responsables de
los hechos-, es una cuestión estatal de carácter básico e implica
centralmente la responsabilidad de la sociedad y de los ciudadanos; no sólo
de los políticos, acá estamos todos.

 

Esta vez, el gran acuerdo sólo puede ser sobre la base de un plan de
transformación profunda de la democracia, el Estado y la sociedad y esta
posibilidad, agradezcámoslo, nos ofrece la mal comprendida Asamblea
Constituyente; por supuesto lejos de esa idea politiquera de que es una
cuestión de números quebrados o absolutos. Es una cuestión política de
primer orden y sólo puede enfrentársela con imaginación, ideas
revolucionarias y la consciencia que tenemos nuestro futuro a la mano pero
que hay que construirlo.

 

Esto es lo menos que debemos a la tragedia minera de Bolivia.

 

 

(*) El autor es coordinador de la Unidad de Acción Política (UAP) en CIPCA
Nacional.

 

 

 

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