«Solo no puedes, con amigos sí». Este lema, que se repetía a menudo en el popular programa de los años 80 La Bola de Cristal, y que aprendimos muy bien los niños de aquella generación, podría ser también el título del nuevo número de El Profesional de la Información, dedicado a la cooperación bibliotecaria.

Las bibliotecas llevan siglos cooperando entre sí: en la Edad Antigua las bibliotecas de Alejandría y Pérgamo ya disponían de un sistema de préstamo interbibliotecario, y en la edad Media los monjes franciscanos elaboraron un catálogo colectivo de manuscritos, como relata Rodríguez-Parada [1] en su artículo sobre la historia de la cooperación bibliotecaria. Es en el siglo XIX cuando se comienza a gestar el actual modelo bibliotecario de cooperación en el mundo anglosajón, y en los años setenta la llegada de la automatización trae consigo nuevas formas de colaboración.

La edición digital en los años noventa comienza a dar como fruto la creación de consorcios, estructuras cooperativas para compartir recursos y reducir gastos. Las bibliotecas universitarias y académicas llevan años comprando conjuntamente revistas y también libros electrónicos; es el caso de las bibliotecas del CSIC que, como explica Baquero-Arribas [2], iniciaron la centralización de las adquisiciones en 2001 e incorporaron la compra de libros electrónicos en 2007, y han puesto en marcha una política de adquisiciones que tiende hacia los formatos digitales frente al papel.

La llegada del libro electrónico seguramente contagie también este tipo de cooperación a otros tipos de bibliotecas en las que, tal y como indica Lluís Anglada —en una entrevista con mucha miga, realizada por Javier Guallar, en la que va desgranando sus opiniones sobre el presente y futuro de las bibliotecas, y disponible a texto completo [3]—, son menos frecuentes las adquisiciones compartidas (bibliotecas de hospitales, agencias del gobierno o públicas). Y es que la negociación conjunta frente a los distribuidores permite obtener mejores precios. En palabras de Anglada, la información digital representa un importante cambio organizativo para las instituciones, mucho más importante que aspectos más superficiales como si leemos en pdf o html, en pantalla o teléfono móvil.

En nuestro país, las estructuras de cooperación son relativamente recientes, más en unos ámbitos y territorios que otros —por ejemplo, en el ámbito de bibliotecas públicas, hasta la Ley de la lectura, del libro y las bibliotecas de 2007 no existía un marco global que estructurara la cooperación [4]—, apenas se concibe una biblioteca completamente aislada: todas necesitan cooperar, bien en busca de una mayor rentabilidad de sus recursos, para ofertar mejores servicios, satisfacer necesidades comunes, alcanzar una mayor visibilidad o, simplemente, por el afán de tener más o para intercambiar conocimiento.

Y esta colaboración se hace más necesaria en el momento que vivimos. Las bibliotecas deben buscar soluciones conjuntas a los problemas a los que se enfrentan: los rápidos cambios tecnológicos que se vienen sucediendo y se transcurrirán en los próximos años, el momento de crisis económica, el crecimiento de la información en Internet, la transformación de los hábitos de consumo de información y la penetración del libro electrónico merecen no sólo ocupar espacios de debate, sino también aunar esfuerzos y, tal como se refleja en la larga experiencia de la Red de bibliotecas de la provincia de Barcelona [5], compartir riesgos y actuaciones conjuntas. En este sentido, la construcción de estructuras de cooperación sólidas constituirá una ventaja competitiva ante al panorama descrito.

En este último número de El Profesional de la Información se pueden encontrar numerosos ejemplos vivos de cooperación bibliotecaria de todo tipo: en bibliotecas públicas (desde los ya citados puntos de vista del Ministerio de Cultura y la Red de bibliotecas municipales de la provincia de Barcelona), universitarias (Bibliotecas Universitarias de Córdoba, Argentina [6]), de uso compartido o integradas [7], y también especializadas, como las bibliotecas de Defensa [8], la red de bibliotecas del Instituto Cervantes [9] o la Red de Centros de Documentación y Bibliotecas de Mujeres [10].

Natalia Arroyo-Vázquez
El Profesional de la Información


[1] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/02.html
[2] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/05.html
[3] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/entrevista_anglada.pdf
[4] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/01.html
[5] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/07.html
[6] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/11.html
[7] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/03.html
[8] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/10.html
[9] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/06.html
[10] http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2010/septiembre/09.html


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