Estimados co-listeros
Por esas casualidades de la vida encontre un articulo relacionado a la
lengua Vasca (Euskera). Este a su vez me ha hecho reflexionar sobre la forma
como debemos implantar en el pais la enseñanza obligatoria del Quechua y
Aymara en el Peru (ya anunciada por el gobierno). Y la influencia del idioma
en los aspectos políticos.
Recordemos que lo primero que hicieron los conquistadores fue imponernos su
lengua y su religion. En estos tiempos las formas de dominio han cambiado al
aspecto mercantil - económico.
Saludos
Cesar Beltran.
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Fuente : Diario el Pais (España)
http://www.elpais.es/suplementos/domingo/20010318/01manipulacion.html
fecha : Domingo 18 de Marzo del 2001
Autor : JOSÉ LUIS BARBERÍA.
LA MANIPULACION DEL EUSKERA
La lengua vasca está atrapada en la vorágine política. Patrimonializada
por el nacionalismo, se trata de construir sobre ella el proyecto
independentista - La realidad sobre su uso difiere de la versión oficial
En sólo 20 años, el porcentaje de vascos que hablan euskera ha pasado del
20% al 30%. Hoy es una lengua apreciada por la mayoría de la población. Pero
el saqueo político al que someten al euskera hace que se reaccione
inconscientemente en contra. Muchos dirigentes del PNV, como Iñaki
Anasagasti, o el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, no hablan la lengua, pero
eso no les impide criticar a otros, como al obispo de Bilbao, que tampoco la
domina. Las proclamas de amor infinito hacia el euskera conviven con una
notable hipocresía social.
Las vigorosas políticas lingüísticas de discriminación positiva del euskera
han conseguido que en sólo dos décadas el porcentaje oficial de la población
vascoparlante pase del 20% al 30%. El euskera ha salido de su secular
reducto del habla coloquial para convertirse en una lengua en la que se
imparten las materias universitarias. Dispone de un canal exclusivo de
televisión y radio con una audiencia cercana al 10% y produce anualmente una
media de 1.200 libros, un tercio de los cuales pertenecen a la literatura y
al ensayo. Hoy es una lengua aceptada y deseada por la práctica totalidad de
la población vasca, aunque no faltan las críticas a la manipulación política
que se ejerce con ella y la amargura en aquellos sectores, funcionarios de
la Administración y profesorado principalmente, que han sufrido los 'efectos
colaterales' de unos programas de euskaldunización forzosos, juzgados en
algunos casos excesivos. Si en 1977 únicamente el 3% del profesorado vasco
se decía capaz de enseñar en euskera, hoy ese porcentaje alcanza nada menos
que el 62%. Según fuentes de la Consejería de Educación, 700 profesores, de
un total de 15.500, han sido apartados de las funciones docentes y cumplen
funciones accesorias, como la vigilancia en los comedores, por no haber
acreditado el perfil lingüístico necesario. Varios miles más, en una cifra
díficil de establecer -sólo en la enseñanza primaria de Guipúzcoa, 500 han
pedido el traslado fuera de Euskadi este año-, han abandonado Euskadi a lo
largo de estos años. El 56% de los niños de tres años que entran en el
sistema educativo se incorpora al modelo D de enseñanza, íntegramente en
euskera, con el castellano como asignatura.
La inversión económica -la partida de gastos suplementarios para el euskera
de las administraciones públicas vascas ascendió en 1997 a 14.500 millones
de pesetas, el 1,53% del presupuesto de la comunidad- es considerable, pero
lo es mucho más el esfuerzo desplegado por la sociedad vasca a lo largo de
estos años. Pese a la normalidad que se pretende desde las instancias
públicas y la ruptura del carácter monolítico inequívocamente nacionalista
que ha teñido el mundo del euskera, la lengua vasca sigue, sin embargo,
atrapada en la vorágine política del país, patrimonializada e
instrumentalizada por ese sector de vocación monolingüe que, más aún desde
la apertura de la vía soberanista, trata de construir sobre ella su proyecto
independentista. La advertencia lanzada hace veinte años por un nacionalista
lúcido, desgraciadamente desaparecido, como Koldo Michelena, 'el euskera no
puede convertirse en arma política', sigue cayendo en saco roto y hay
quienes piensan, con el escritor Luis Haramburu Altuna, que 'uncir el
euskera a la suerte del nacionalismo es ligarla a la suerte del propio
nacionalismo, que no tiene más que cien años'. A juicio de Haramburu Altuna,
una lengua milenaria que ha sobrevivido a los avatares de la historia puede
muy bien llegar a sucumbir al descrédito del nacionalismo étnico y a la
acción de ETA. Al grito de 'asesinos del euskera', militantes de
Euskalherrian Euzkaraz (en Euskalherria, en Euskera), grupo que se
caracteriza por borrar el castellano de los rótulos bilingües, se
manifestaron recientemente ante una sede del PSE poblada de socialistas
amenazados de muerte por ETA. Hay indicios de que los vínculos personales
afectivos establecidos en torno a la lengua se resquebrajan ante la
apropiación ideológica, ante el saqueo político del euskera. Ocurrió hace
unos meses en San Sebastián, y aunque la anécdota pueda ser considerada
menor, revela el alambicado mecanismo de asociación de ideas que provoca una
situación tan pervertida como la vasca. Para su propia sorpresa, una persona
euskaldun que trabaja atendiendo al público reaccionó ante la noticia de que
se había producido un intento de atentado contra un amigo negándose a
atender en euskera a la clientela que se le dirigía en esa lengua. 'No puedo
explicarlo muy bien: supongo que reaccioné así pensando que el euskera está
mucho más introducido en el nacionalismo, que ETA es nacionalista y que el
resto del nacionalismo mantiene una actitud condescendiente o cómplice. Creo
que inconscientemente quise marcar mi separación de ese mundo', explica.
Si la eclosión del vascuence no es la causa del soberanismo, la apertura de
la vía de Lizarra ha radicalizado y acentuado la agitación y efervescencia
política ligada a la lengua y, sobre todo, reforzado el intento de hacer del
euskera la principal seña de identidad del vasquismo. ¿Puede una sociedad
tan plural como la vasca construirse sobre esa base excluyente, sobre la
negación del castellano, sobre la permanente culpabilidad sobrevenida por
una pérdida que se remonta a siglos atrás, sobre la ignorancia de que en
comarcas como la de las Encartaciones en Vizcaya, el euskera no estaba
probablemente presente hace mil años? ¿Pese al espectacular avance de la
lengua y a la actitud favorable de la práctica totalidad de la población no
se corre el riesgo de que el euskera se convierta en bandera exclusiva de
una parte de la sociedad? Porque es verdad que el euskera se utiliza como
piedra arrojadiza, como ladrillo de una patria futura excluyente y como
proyectil que disparar a los enemigos. En 1992, cuando el dirigente
socialista Fernando Buesa, asesinado hace un año, manifestó a la prensa que
el proceso de normalización del euskera debía tener en cuenta la necesidad
del aprendizaje del inglés, no pocos lectores vascos comprendieron
íntimamente alarmados que el entonces consejero de Educación acababa de
traspasar una línea prohibida, altamente peligrosa. Como se ha visto, la
condición de representante socialista basta y sobra para ser incluido entre
los objetivos de ETA, pero hay pocas dudas de que aquel día el nombre de
Fernando Buesa quedó fatídicamente encerrado en el círculo característico
que la organización terrorista traza sobre sus víctimas preferenciales. Por
supuesto, el consejero de Educación fue declarado enemigo público del
euskera por la potente Federación de Ikastolas y denostado en los medios
nacionalistas.
El euskera es la piscina sagrada en la que deben sumergirse, aunque sea
simbólica, figuradamente, los verdaderos vascos y también el lago helado,
extremadamente frágil y peligroso por el que deben aprender a deslizarse
todos aquellos que no quieren ser tachados de enemigos del pueblo.
Interrogarse en voz alta sobre el fundamento y la racionalidad de la actual
política lingüistica es tabú, crimen de lesa patria y traición.
Extrañamente, en un país en el que sólo un tercio de la población afirma, y
exageradamente, a todas luces, que puede expresarse en la 'lengua propia',
no hay lugar para un verdadero debate social sobre el alcance y los ritmos
de los planes de euskaldunización, o lo que es lo mismo, y así lo reconocen
cualificados responsables de política lingüística, 'no llega el momento
propicio para trasladar a la sociedad una discusión sosegada sobre el
asunto'. Es un debate permanentemente oculto que sólo se destapa en los
círculos de confianza y que no cuaja en la sociedad fundamentalmente por el
miedo a la descalificación, por la enorme autocensura que impone, en último
término, el terrorismo. Las críticas se hacen de manera tan soterrada que
algunas de las personas damnificadas por el proceso, maestros apartados de
la docencia por no haber alcanzado el perfil lingüístico, cuyo testimonio ha
sido recabado para este reportaje, se han negado a identificarse con su
nombre y apellido ante el propio entrevistador. Quienes sí se identifican,
alguno de ellos con 30 años de docencia y una tarea profesional en su haber
que en cualquier otro lugar le habría merecido un homenaje, describen un
paisaje humano de frustraciones. 'Yo sabía que me iba a resultar imposible
dar clases con el mismo nivel de exigencia en una lengua que no es la mía
por mucho que me permitieran estudiarla durante tres años. He sido apartado
del equipo directivo y de la docencia y hoy me ocupo de tareas que casi
podría llamar pintorescas. Vivo esto como un gran fracaso'.
Hay, de hecho, profesores que, pese a haber aprobado el nivel lingüistico
oficial que les capacita para la enseñanza en euskera, reconocen que la
calidad de la clase que imparten es notablemente inferior a la que podría
prestar en su lengua materna. También alumnos que indican que a determinados
profesores 'no se les entiende muy bien'. No hay verdaderos estudios sobre
el impacto en la calidad de la enseñanza y los informes que barajan los
defensores y los detractores de la ley se neutralizan mutuamente. 'El
bilingüismo no es un factor de pérdida de calidad', sostiene el
viceconsejero de Educación, Alfonso Unceta. Antiguos responsables
nacionalistas de políticas lingüísticas admiten hoy, eso sí, que el sistema
no ha tenido el calor humano necesario para compensar anímicamente a las
víctimas de los 'efectos colaterales' y reconocen igualmente que entre el
funcionariado la adquisición del conocimiento no va parejo, en absoluto, con
el uso efectivo de la lengua. Profesionales muy valiosos han sido
sacrificados silenciosamente en las premuras impuestas por aquellos que
creen que la vasquidad, la existencia misma del pueblo vasco, depende de la
salud de la lengua. Son gentes que fomentan el sentimiento permanentemente
agónico del pueblo vasco, que otorgan al euskera una cualidad trascendental,
mística, una cosmovisión que daría la verdadera naturaleza y personalidad de
los vascos, que más que un afecto natural hacia la lengua, lo que sienten,
hasta incurrir en la ñoñería, es un pálpito de emociones irrefrenables.
Lógicamente, quien expresa más crudamente esta visión integrista es la
propia ETA. En el comunicado del 2 de septiembre de 1998, en el que llamaba
a 'defender el euskera', decía entre otras cosas, lo siguiente: 'Sin euskera
no hay Euskal Herria' (...). 'Si desaparece algún día, desaparecerá el
corazón de Euskal Herria (...) se convertiría en un territorio francés y
español (...) todavía se están plantando semillas del francés y del español
(...), el euskera no está fuera de la política (...), el euskera tiene
enemigos dentro de Euskal Herria (...), los enemigos del euskera no tienen
derecho a vivir en nuestro pueblo (...), hay que responder sin complejos a
los ataques que sufre el idioma. No es un trabajo pequeño el que tenemos por
delante'.
La realidad oficial es que en Vizcaya el 17,8% de la población es bilingüe y
que existe un 18,4% de bilingües pasivos, gentes que por su nivel de
conocimiento generalmente no practican la lengua. En Guipúzcoa, estos
porcentajes se elevan al 43% y al 13%, respectivamente, y en Álava, al 7,8%
y al 14,6%. En Navarra, ambos índices se sitúan algo por encima del 9%. Los
perfiles lingüísticos asignados a los funcionarios de las distintas
administraciones se establecen en función del nivel de conocimiento de cada
provincia, con la fórmula de sumar al porcentaje de bilingüismo la mitad del
bilingüismo pasivo. Dada la realidad, los sentimientos de amor ilimitado
hacia la lengua conviven con una notable hipocresía social, en la que lo que
cuenta es la pertenencia ideológica, la declaración de intenciones, el
querer que se imponga a todo el mundo lo que uno no se ha autoimpuesto. 'No
sé euskera, pero lo apoyo en todo. No sé euskera, pero mis hijos van a la
ikastola'. El diputado general de Vizcaya, el alcalde de Bilbao y otros
altos cargos nacionalistas no saben euskera. Sí el lehendakari Ibarretxe,
que lo ha aprendido de adulto. Como tampoco lo sabe el portavoz del PNV en
el Congreso. Iñaki Anasagasti argumentó su crítica al nombramiento del
obispo de Bilbao con la frase, equivocada en lo que se refiere al prelado:
'Loro viejo no aprende'. ¿En qué lengua hablablan los ocho activistas de ETA
que el pasado día 8 asaltaron el polvorín de Grenoble para llevarse consigo
1.600 kilogramos de explosivos? 'Hablaban en español', han dicho unánimente
los empleados y guardas de seguridad del polvorín. Y eso que por razones de
clandestinidad, que les obligan a permanecer recluidos en sus casas, hay que
suponer que los activistas de ETA disponen de todo el tiempo del mundo para
ilustrarse. El reproche general al campo político no nacionalista es el de
su falta de interés, de curiosidad, su desconocimiento, una ignorancia y
unos prejuicios que hicieron, por ejemplo, que ningún representante del PSE
o del PP acudiera al funeral por el académico Aita Villasante.
Ahora, en vísperas electorales, el nacionalismo en el poder atribuye a la
oposición PP-PSE, erigida en alternativa, el propósito de romper el consenso
político hilvanado en las dos décadas pasadas, fundamentalmente con los
socialistas, en torno a la Ley de Normalización del Uso del Euskera de 1982
y a su posterior desarrollo legislativo. 'Una hipotética victoria electoral
del PP-PSOE supondría un retroceso de 30 años', ha declarado, sin ambages,
el presidente de Partaide, la asociación que agrupa a ikastolas no
integradas en la escuela pública. Es lo que vienen a decir los líderes
nacionalistas del PNV, EA y EH, lo que sostienen muchos de los múltiples
organismos y asociaciones implicados en la enseñanza, el fomento o la
producción en euskera. El nacionalismo en su conjunto ha encontrado en los
decretos del Gobierno vecino navarro de UPN (Unión del Pueblo Navarro) que
han retirado el euskera de los rótulos hasta ahora bilingües en Pamplona y
el resto de la Zona Media de esa comunidad, un inquietante precedente de lo
que acarrearía la llegada al poder del PP-PSOE. Aunque la acusación responde
fundamentalmente a propósitos movilizadores, de agitación electoral, el
nacionalismo sí parece haber interiorizado el temor a que la alternancia
establezca algunos límites y atempere el actual ritmo del proceso de
euskaldunización. Tanto el candidato a lehendakari del PP, Jaime Mayor
Oreja, como el del PSE, Nicolás Redondo -ninguno de los dos habla euskera-,
niegan la mayor subrayando su compromiso político de apoyo a la lengua,
descartando todo revanchismo y desmarcándose de la actitud del Gobierno
navarro, pero tampoco ocultan su propósito de poner freno a determinados
abusos e imposiciones, a acabar con el adoctrinamiento ideológico que se
practica en ocasiones bajo el manto de la enseñanza del euskera. 'Los
socialistas no vamos a romper el consenso político sobre la ley de 1982, lo
que vamos a romper en todo caso es con la aceptación acrítica con algunas
aplicaciones de la ley, con determinados comportamientos y con la falta de
control del dinero público', señala Maite Pagazaurtundua, responsable del
área de euskera del PSE, partido que dirigió la Consejería de Educación
durante 8 años, desde 1987 a 1995.
Quienes temen verdaderamente el cambio son la pléyade de grupos y organismos
que viven casi exclusivamente de las subvenciones públicas, desde los AEK
(centros de alfabetización de adultos), cuyos dirigentes han sido procesados
por el juez Garzón, hasta el diario Egunkaria, pasando por el entramado
editorial. Es un universo asociado tradicionalmente a HB que ahora empieza a
despegarse de sus pasados vínculos, alarmado por la deriva de ETA, temeroso
quizás de ser arrastrado en una dinámica incontrolada y de perder las
estructuras sociales, ideológicas y económicas obtenidas durante estos años.
La división derivada del Pacto de Lizarra acrecienta, claro está, esa
sensación de fractura, no tanto en los consensos considerados básicos como
en la confianza política que los hizo posibles. Lizarra entierra largos años
de colaboración entre el PNV y el PSE y hace que afloren en las filas
socialistas las voces críticas que piden que se revise seriamente esa pasada
colaboración. 'Los socialistas nos comprometimos intensamente en la política
lingüística aun a sabiendas de que íbamos contra los intereses de unos 4.000
profesores situados más o menos en nuestro campo político. Hemos tenido un
gran protagonismo en la promoción de la ikastolas, pero, en defintiva, lo
que hemos hecho es gestionar y moderar, en lo posible, el proyecto
nacionalista. Estábamos acomplejados, impregnados de la idea falsa de que
todo lo que era euskaldunización era progresista y ahora vemos que hemos
alimentado un nacionalismo etnicista', indica un antiguo alto cargo de la
Consejería de Educación que prefiere situarse en el anonimato. 'No
comprendimos', añade la misma fuente, 'que con el nacionalismo no se negocia
verdaderamente un consenso entre los diferentes proyectos de país, sino,
todo lo más, determinadas pautas y ritmos'.
Desde el nacionalismo más templado, menos imbuido de la visión religiosa
sobre el euskera, la lectura que se hace de ésta y de otras reacciones
similares es que 'hay sectores de la población que han empezado a disociarse
psicológicamente de los elementos identitarios vascos, de la idea misma de
Euskadi'. Los partidos no nacionalistas, tradicionalmente inhibidos,
pasivos, ante la lengua, responden que 'no hay divorcio con la idea de
Euskadi, pero sí con la idea nacionalista de Euskadi'. Los técnicos en
política lingüística son categóricos cuando afirman que la 'tensión social y
política es sumamente dañina para el euskera'. Y sin embargo, pese a la
moderación que ejerce la Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, pese a
las iniciativas que buscan liberalizar, secularizar la enseñanza de la
lengua, pese a que los autores más reconocidos, Bernardo Atxaga, Ramón
Saizarbitoria, Anjel Lertzundi, distan todo de la visión dogmática del
euskera, hay mucha gente en el mundo euskalzale que sólo cree en la presión
y en el tensionamiento social. No son sólo los militantes de Haika o Ikaste
Abertzalea o los profesores que castigan a los alumnos por hablar en
castellano. El PNV y EA se manifiestan con EH en defensa de los procesados
de AEK, siguen tiñendo de simbología nacionalista las manifestaciones
populares: Korrika, Kilometroak, Bai Euskarari, etc., de 'defensa' del
euskera, aportando desde Udalbiltza (la asociación de concejales
nacionalistas creada en el Pacto de Lizarra) partidas millonarias de las
arcas públicas a actividades: campamentos de verano, guarderías, enseñanza
en euskera de los vecinos vascofranceses. En materia de lengua vasca,
Euskadi es tan desprendida que está dispuesta a cubrir las subvenciones que
no da a sus ciudadanos el Gobierno de la cuarta potencia económica mundial.
Muy escasos de representación propia en el mundo euskalzale, PNV y EA acusan
enseguida el tirón radical que proviene del mundo de la enseñanza, de la
difusión de la lengua y del mundo editorial, un tupido entramado de
intereses políticos, económicos y culturales, que ha ido creciendo al calor
de las subvenciones y del compromiso militante. Hay quienes ven en esa
conexión, en ese ascendente, una explicación, incluso, de la entrada del PNV
por la senda soberanista. Sin duda, la actitud del Gobierno navarro responde
al convencimiento de que el euskera es un elemento de penetración del
nacionalismo en esa comunidad. Escritores euskaldunes como Matías Múgica,
crítico con la iniciativa del Ejecutivo navarro, 'un gesto hostil y
gratuito', dice, comparten la idea de que efectivamente los nacionalistas
siguen utilizando el euskera en esa comunidad como una vía de penetración
ideológica. Durante años, el nacionalismo vasco ha creído igualmente en la
idea de 'a más euskera, más nacionalismo'. De hecho, el presidente del PNV,
Xavier Arzalluz, lo puso de manifiesto, implícitamente, en 1996, cuando dijo
que los socialistas están en contra de la lengua vasca porque 'saben que si
la gente asentada aquí va entrando por el euskera, su voto queda ya sujeto a
otras cosas y ya no sería lo de antes'. Para disgusto de Arzalluz, esa
ecuación, que pudo ser verdad en determinados momentos y en determidas
áreas, está revelándose sin fundamento. Los alumnos de euskera no admiten ya
tan acríticamente el adoctrinamiento más o menos camuflado que han ejercido
una parte de los enseñantes, aquellos ejercicios dirigidos a estimular la
práctica oral que consistían, por ejemplo, en participar en un simulacro de
secuestro.
De hecho, la extensión del euskera no está trayendo consigo un incremento
del nacionalismo, como lo prueban los datos electorales y las encuestas que
indican que la pertenencia afectiva de la población, declarada en su mayoría
vasca y española, siguen más o menos inmutables. A despecho de quienes creen
que sólo la fuerza y la imposición hará posible esa Euskadi soñada que
muchos vascos viven ya como una pesadilla.
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