Más de mil familias viven esclavizadas en el Chaco Bolivia. 
Esclavos en pleno siglo XXI 



Más de mil familias viven esclavizadas en el Chaco, Bolivia. Los indígenas, 
entre ellos ancianos y niños, trabajan más de doce horas diarias sin recibir 
pago alguno. La situación es vista con preocupación por la Comisión 
Interamericana de Derechos Humanos. 

Históricamente a nivel mundial, la problemática de la esclavitud y la 
servidumbre, se supone, es un asunto resuelto hace varios siglos. Pero en 
Bolivia el problema está más vigente que nunca.
En el Chaco boliviano, que abarca los sureños departamentos de Chuquisaca, 
Tarija y Santa Cruz, desde hace varias décadas, cientos de familias guaraníes 
que residen en esta región, viven bajo un sistema de servidumbre y 
semiesclavitud basado en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo familiar.

Estas personas, pertenecientes a las llamadas comunidades cautivas, realizan en 
haciendas trabajos forzados por más de doce horas diarias, sin pago alguno o 
acceso a derechos básicos como la educación, la sanidad, la libertad de 
movimiento y a la propiedad de la tierra.

La comunidad guaraní, la tercera más numerosa de los pueblos indígenas de 
Bolivia, actualmente cuenta con una población de 170 mil personas, de las 
cuales más de mil familias viven empadronadas en situación de esclavitud por 
hacendados de las provincias Luis Calvo y Hernando Siles, de Chuquisaca; Gran 
Chaco y O'Connor, de Tarija, y en la cordillera en el Alto Parapetí, en Santa 
Cruz.

"Es una vergüenza que en la Bolivia del siglo XXI siga existiendo la 
esclavitud", opina el Capitán Grande del Consejo de Capitanes Guaraníes de 
Chuquisaca, Efraín Balderas, al lamentar que todavía existan comunidades 
cautivas de su pueblo en al menos cinco provincias de tres departamentos del 
país altiplánico y que en su conjunto abarcan a 15 municipios.

Balderas, alto y de tez morena, es un líder indígena que hasta su adolescencia 
trabajó como peón en una de las haciendas chuquisaqueñas bajo un régimen de 
explotación laboral. Pero que tuvo la suerte de estudiar y conseguir a través 
de la educación esa libertad que cientos de familias de su pueblo aún anhelan.

La situación de los guaraníes en el sur de Bolivia es vista con preocupación 
por organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos 
Humanos (CIDH), la Organización de Estados Americanos (OEA) y Organizaciones No 
Gubernamentales (ONG).

La realidad

La cifra concreta del número de guaraníes en el Chaco boliviano es diversa, y 
lo es más la de aquellos que están en situación de esclavitud. Lo cierto es 
que, sin duda, sus vidas son muy precarias y las relaciones laborales con los 
dueños de las haciendas en las que trabajan, aún en contra de su voluntad, son 
poco claras ya que los pagos en su mayoría se hacen en especie y no en dinero, 
con cuentas que se transmitían de generación en generación.

Estos indígenas y sus familias trabajan más de doce horas diarias sin recibir 
salario, sino retribuciones irregulares en especie.

Rogelio Molina, empleado de la hacienda Iguembito, ubicada en el municipio de 
Huacareta, en la provincia Hernando Siles del departamento de Chuquisaca, 
cuenta que tiene "treinta y tres años" trabajando "para Federico Reynaga 
(propietario), como mi padre trabajó para el padre del hacendado"..

Con el tiempo el mundo de los niños es igual al de los adultos. Pero lo más 
asombroso, es que muchos terratenientes se llevan a las niñas a partir de 7 
años a las ciudades y las hacen regresar a la propiedad con hijos para que 
también trabajen para ellos, según denunció Justo Molina, presidente del 
Consejo de Capitanes de Chuquisaca, quien defiende los derechos de los 
guaraníes. En este tiempo, Rogelio comenzó ganando tres bolivianos (0,3 
dólares) como vaquero o cuidador de ganado vacuno. Para mantener a sus 13 hijos 
lograba una renta de 200 ó 150 bolivianos (cerca de 20 dólares al mes): "Me 
descontaba lo que sacábamos arrocito, eso anotaba", dice, y recuerda que las 
labores domésticas realizadas por su esposa en la hacienda nunca merecieron 
reconocimiento alguno. "Ni un centavo, nunca le han pagado".

Los llamados "ajustes" son el resultado de la suma en la que se consignan ítems 
como "adelantos" o "pedidos" de víveres para comer, que por lo general arrojan 
cifras rojas para los empleados guaraníes, por lo que terminan con deudas en 
lugar de ganancias.

Y es que los términos laborales que se conocen obedecen a "arreglos" por un 
pago jornal incomprensiblemente saldado una vez al año. Situación que no sólo 
varía de acuerdo con la hacienda, sino de acuerdo con condiciones de género y 
etarias: las mujeres ganan la mitad que los hombres, y los niños y los ancianos 
la mayor parte de las veces no ganan nada.

Fortunato Silva y Victoria Méndez, padres de ocho hijos, por su parte reciben 
por sus faenas uno o dos kilos de arroz en la hacienda de Crispín Pérez, 
también ubicada en Huacareta.

En Chuquisaca, donde hay más casos de guaraníes esclavizados, asombrosamente se 
reproduce una situación que se creía desaparecida. Y es que hay reportes de que 
los trabajadores reciben latigazos si no cumplen con su tarea. Si bien esto no 
es generalizado, existen casos documentados con vídeos que sí ocurren.

Algunos "cautivos", incluso, duermen en galpones y no pueden salir de la 
hacienda. "Los patrones prohiben que las familias que viven en sus haciendas se 
comuniquen con organismos y les coartan la educación o las condiciones 
sanitarias mínimas", denunció Justo Molina, presidente del Consejo de Capitanes 
de Chuquisaca , quien denunció la "violación de los derechos humanos" que viven 
numerosas personas de su comunidad y explicó que el 90 por ciento de esta 
población es analfabeta.

Precisamente, el analfabetismo es la principal causa del sometimiento de los 
hacendados sobre los indígenas guaraníes, ya que, al no saber leer ni escribir, 
no sólo están impedidos de acceder al conocimiento e información sobre sus 
derechos, sino que tampoco pueden ejercer ningún control sobre sus cuentas y 
libros de deudas que son llevados por los patrones.

Al analfabetismo se suma el desconocimiento de sus derechos que les asiste y no 
les permite deliberar con el patrón sus condiciones laborales, ni ninguna otra 
situación que les afecte.

Las condiciones precarias de trabajo y —por consiguiente— de vida de familias 
guaraníes sometidas a una situación laboral signada históricamente por el abuso 
y por la marca de la servidumbre y el patronazgo, que las ha hecho cautivas en 
su propia tierra, son prácticas aún vivas en el Chaco boliviano, como si el 
tiempo, y la modernidad, nunca hubiera pasado por esas tierras.

Esclavos desde la infancia

La esclavitud en el Chaco también se extiende a los niños. Las niñas comienzan 
como domésticas en las haciendas y luego se quedan como cocineras, mientras que 
los varones inician como mozos de mano, es decir, realizan mandados menores 
para los hacendados y luego, de grandes, trabajan la tierra. En la mayoría de 
los casos, no reciben pagos por sus trabajos.

La "crianza" de los niños implica el inicio temprano de la faena en las 
haciendas, como Virginia Parare, hija de trabajadores de la propiedad 
Iguembito, en Chuquisaca, quien comenzó de niña como doméstica y a los 15 años 
se volvió cocinera.

Un ejemplo más evidente es el de Rosi Silva, empleada de la hacienda Voyguazú, 
de Juan Ortiz; ella y su hermano menor fueron "cedidos al patrón": "Mi mamá nos 
ha entregado a los dos, mi hermano se ha quedado con el patrón y tiene 12 
años". Al ser consultada sobre si desean salir de la hacienda comento, con un 
aire de desesperanza, que "él también –al igual que ella– quiere salir pero no 
lo dejan, él quiere estudiar".

Y es que la escuela está prohibida para estos infantes, así como salir de las 
haciendas.

La situación jurídica de los niños y menores de edad es incierta, pues muchos 
se encuentran sujetos a los patrones mediante inciertos nexos de padrinazgo.

En muchos casos, los guaraníes se dirigen al hacendado como "papi" o "mami", y 
muchos de ellos, según estudios ejecutados por el despacho de Justicia, llevan 
el apellido de los patrones.

"Yo les he criado, su papá y mamá han muerto, y se han quedado con nosotros", 
explica Humberto López, propietario de la hacienda El Vilcar, quien aseguroo 
que ésa es la razón de que tenga una familia de guaraníes a su servicio.

Las relaciones de servidumbre se difuminan con las relaciones de parentesco: 
"Ya me he acostumbrado a ellos (a los patrones) como papá, como mamá, como 
abuelitos", comentó Eriberta Montes. "Aquí nomás me quedaré con los abuelitos 
hasta que se mueran", añadió resignada la guaraní que creció en la hacienda y 
que ahora tiene seis hijos, que tal vez sean otro eslabón más que perpetúe el 
trabajo de su madre y sus abuelos.

Sin embargo, la amabilidad del trato entre empleador y empleado tiene límites 
concretos, cuando se ve el lugar donde Eriberta y sus pequeños duermen: en un 
patio trasero de la hacienda donde los cueros de oveja les sirven de camas.

Con el tiempo el mundo de los niños es igual al de los adultos. Pero lo más 
asombroso, es que muchos terratenientes se llevan a las niñas a partir de 7 
años a las ciudades y las hacen regresar a la propiedad con hijos para que 
también trabajen para ellos, según denunció Justo Molina.

Naimi Núñez


Publicado por Prensa Indígena Chaskinayrampi en 21:06 0 comentarios  


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