Para Cazar a Drácula
Carlos Alberto Montaner
En Madrid, bajo la presidencia de Mario Vargas Llosa y la carpintería general de Gerardo Bongiovanni, un argentino que nació dotado con el gen de la organización, extraña mutación poco frecuente en nuestros predios, acaba de crearse la Fundación Internacional para la Libertad, o ''FIL'' para los amigos que ya comienzan a familiarizarse con la institución recién parida.
Se trata de un gigantesco esfuerzo de coordinación entre diversas fundaciones e institutos de estudio de América Latina, España y Estados Unidos. El denominador común que los vincula es la pasión por los principios democráticos, los valores liberales (en el sentido real de la palabra, y no en el que equivocadamente se le da en Estados Unidos), y la defensa del modelo económico basado en la preponderancia del mercado, la sensatez en la administración pública y la subordinación de políticos, funcionarios y sociedad civil al imperio de la ley. A bordo de la nueva organización hay varias universidades --la UPC peruana, la Francisco Marroquín, de Guatemala-- y fundaciones tan fuertes y respetables como el Cato Institute y Atlas Foundation de Estados Unidos, o el Instituto Libertad y Desarrollo, de Chile, un think-tank modelo en su género, que analiza las medidas y leyes que propone el gobierno para evitar desastres que luego deberá pagar el conjunto de la sociedad.
¿Por qué la FIL surge aquí, en nuestro mundillo iberoamericano, y ahora? Evidentemente, porque el populismo, como el conde Drácula, ha salido nuevamente de su tumba con un renovado apetito de sangre y los colmillos más afilados que nunca. A principios de la década de los noventa, tras casi un siglo de enormes disparates y atropellos, creímos que estaba difunto y enterrado, pero la noticia de su muerte resultó ser una apresurada exageración. El populismo está vivo y coleando. Ahí están Chávez, Lula y Castro para dar buena fe de ello. Y en los casos de los dos primeros, con una buena porción del padrón electoral respaldándolos.
¿Qué es el populismo? Para entendernos, muy rápidamente, es esa nefasta concepción de la sociedad que coloca en el gobierno el derecho y la responsabilidad de dirigir las vidas de las personas, y muy especialmente la economía, generando a partir de esa premisa una creciente ineficacia y un cúmulo de abusos, tanto en la esfera pública como en la privada, lo que provoca la más paradójica de las consecuencias: la sociedad, indignada contra el estado corrupto que la saquea y empobrece, lejos de limitar sus atribuciones, le otorga aún más poderes para salir del atolladero, un poco como le sucede al adicto a la heroína cuando padece una crisis de abstinencia; se inyecta otra dosis de la sustancia que lo está matando.
El populismo, en fin, es una manera difusa de llamar al socialismo de derecha o fascismo representado por el argentino Perón o el brasilero Getulio Vargas, o al socialismo de izquierda encarnado en Castro, Velasco Alvarado, los sandinistas o Chávez, aunque también es posible encontrar muestras de partidos anticomunistas y democráticos que gobernaron con criterios populistas. Los cuarenta años de gobiernos adecos y copeyanos en Venezuela, los setenta del PRI mexicano, el medio siglo de presencia pujante de Liberación de Costa Rica, a veces brillante, o los cuatro catastróficos años del aprista peruano Alan García son una buena muestra de populismo entreverado con otros elementos dañinos: nacionalismo económico, proteccionismo, mercantilismo y la constante difusión de una peligrosísima mentira que nos impide formular un diagnóstico correcto. Ese pernicioso disparate que insiste en colocar la responsabilidad de nuestros males en la actuación de los extranjeros crueles. Antes eran los imperialismos yanqui, británico o francés. Ahora son el FMI o el Banco Mundial.
En Iberoamérica, con la exclusión (ojalá de forma permanente) de España y Chile, se vive, pues, dentro de una cultura populista confirmada desde casi todas las tribunas de la vida pública. Es lo que se escucha en las universidades; y es lo que repiten numerosos medios de comunicación y no pocas órdenes religiosas. Y es contra esa densa costra de estupidez y error intelectual contra lo que FIL, paladinamente, pretende luchar.
El asunto, claro, tiene cierta urgencia. Vale la pena leer la reciente entrevista publicada en El Mercurio a Marta Harnecker. Se trata de una señora chilena, comunista, radicada desde hace treinta años en La Habana, procedente en su remota juventud del catolicismo radical, teórica light del marxismo, luego pasada por la retórica semimaoísta del uxoricida Louis Althusser, el filósofo francés que comenzó matando el sentido común y acabó estrangulando a Helen, su pobre mujer. Harnecker es viuda del general Manuel Piñeiro, el responsable directo de casi todas las intervenciones cubanas en América Latina, y por lo tanto autor indirecto de miles de crímenes horrendos (léase Las guerras secretas de Castro, un formidable libro de Juan Benemelis, seguramente el mayor experto en el tema), y se percibe en ella la sensación eufórica de los camaradas que ya superaron el ''trauma del muro'' y avizoran para América Latina un mundo como el cubano, que ella tanto disfruta, compuesto de seres felizmente estabulados por la policía política y dichosos porque les permiten aplaudir constantemente a sus benéficos gobernantes. Lo dicho: Drácula ha salido de su tumba y hay que salir a cazarlo.
Octubre 20