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Incertidumbres de la 'web' 2.0

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ MONZONCILLO 08/01/2010

Después de superada la crisis de la web 1.0 representada por la quiebra de las 
compañías puntocom a principios del presente siglo, la web ha evolucionado 
hacia otro modelo menos orientado al negocio y al comercio electrónico. Esta 
nueva etapa, conocida como web 2.0 o redes sociales, se basa más en la 
comunicación entre personas y comunidades (many to many frente al one to one). 
En esta etapa había esperanza de que las empresas de Internet alcanzaran su 
rentabilidad gracias a la publicidad y al tráfico generado. Esto provocó que 
los grandes nombres de Internet movieran ficha ante el fenómeno de las redes 
sociales buscando nuevas sinergias (Google-YouTube, My Space-News Corporation, 
Facebook-Microsoft, etcétera) o se introdujeran en el negocio de los buscadores 
(Microsoft-Yahoo).

Simultáneamente, la web evolucionó de forma natural, optimizando las búsquedas. 
Ya no sólo indexaban páginas web, sino que tenían en cuenta el contexto y el 
significado (web 3.0 o web semántica). Esta lógica evolución de la web obedece 
a su diseño y a su arquitectura iniciales: compartir (su origen universitario) 
y desubicar y superponer (su origen militar). De esta manera, las dos formas de 
hacer se contraponen: comunidades virtuales frente a personas, blogs versus 
home pages, directories versus tagging, portals versus RSS, pages views versus 
cost per click, adversiting versus word of mouth, etcétera. Es Netscape frente 
a Google, y, como consecuencia de la lógica del negocio, y en la actualidad, de 
todos contra Google.

Pero la actual crisis económica (global, financiera y de confianza) ha puesto 
en entredicho la rentabilidad de las redes sociales de manera que, 
probablemente, nos encontramos ante la segunda burbuja o segundo cybercrash de 
la era Internet. Parecía que la crisis económica no iba a afectar al Silycom 
Valley, pero ya se atisba cierto movimiento en la falla de San Francisco. En 
2008 se cantaron las salvas de las redes sociales como antídoto a las empresas 
tecnológicas, pero hoy parece que el futuro esté más en el litio que en el 
silicio. El Nasdaq se ha tambaleado como el resto de los sectores, y las 
inversiones en start-ups se han ralentizado. Los más de 1.200 millones de 
personas conectadas en redes sociales no han conseguido aún que YouTube, 
Facebook o Tuenti sean rentables. Solamente My Space cuenta con un modelo de 
beneficios porque está ligado al tráfico en el teléfono móvil. Mientras tanto, 
los medios de comunicación están intentando adaptarse a la competencia que 
representa Internet, sin conseguir ingresos importantes.

Pero, en la actualidad, la publicidad está en crisis, y también ha dejado de 
invertir en Internet. El cost per mil se ha reducido en el último año en torno 
al 40%. Las pequeñas y medianas empresas no acaban de entender Internet. Los 
anuncios en redes sociales no son atractivos para las grandes compañías, pues 
no es una publicidad contextual al aparecer con otros vídeos, fotos o links con 
mensajes contradictorios, y en algunos casos negativos para su estrategia de 
marca. Los internautas tampoco parece que sean tan participativos y activos en 
Internet. La regla 90-9-1 creada por Jacob Nielsen parece que se cumple en 
todas las comunidades creadas: el 90% son audiencia, pero no generan 
contenidos; el 9% son editores al modificar y opinar sobre lo que otros 
generan, y solamente el 1% son creadores. Los millones de blogs son verdaderos 
monólogos, sin capacidad de influencia y sin que sus opiniones lleguen a nadie. 
La escalera generada por Forrester, segmentando según los diferentes niveles de 
participación en la Red, tampoco parece cumplirse (creators, critics, joiners, 
spectators, collectors e inactives). Las redes sociales evolucionarán hacia el 
marketing, desarrollando nuevas productividades y rompiendo la lógica por la 
que surgieron.

La verdadera revolución no viene de la mano de las redes sociales, sino de la 
aplicación asesina de mayor éxito en Internet: los portales P2P. O del disfrute 
online de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios. Un 
modelo que consiste en intercambiar archivos gratuitos que otros hicieron 
trabajando e invirtiendo su dinero. Hasta ahora, el mercado tiene dos caras que 
se equilibran: los que pagan y los que no. El día en que se generalice a escala 
planetaria la gratuidad se acabará la información contrastada, las buenas 
películas, series y música. Éstas surgen de un esfuerzo que no se puede 
traducir más que en rentas de trabajo y en beneficios empresariales.

La sociedad amateur, la free culture de Lessing o la free economics de 
Andersson son un sueño imposible, que se está convirtiendo en una nueva 
religión con excesiva ideología. Los contenidos financiados solamente por 
publicidad y los autogenerados por los usuarios sin lucro no pueden sustituir 
al conjunto de los medios de comunicación y a las industrias del 
entretenimiento al mermar drásticamente sus recursos. Se abrirá claramente una 
brecha entre contenidos low cost y premium. Al igual que ahora, unos los pagará 
la publicidad y los otros directamente los usuarios-consumidores. Mientras 
tanto, la web 2.0 no da beneficios, y ya se habla de la web 3.0. Otros ponen el 
prefijo 2.0 a todo porque está de moda, esperando que caigan las nueces sin 
varear la noguera.


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