David le Breton: Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires, Nueva
Visión, 1995.

Por José Luis Solana Ruiz


Cinco años después de su aparición en Francia, ha sido traducida en
Argentina esta interesante obra de David Le Breton (uno de los actuales
sociólogos y antropólogos de lo corporal más destacables) en la que se
estudian las concepciones del cuerpo desarrolladas en el transcurso de la
modernidad comparándolas con las concepciones tradicionales y populares.

Le Breton indaga y muestra (en especial en el cap. 3: «Los orígenes de una
representación moderna del cuerpo: el cuerpo máquina») las consecuencias
del
individualismo moderno sobre las representaciones del cuerpo. Mientras que
en las sociedades tradicionales, de composición holística y comunitaria, el
cuerpo no es objeto de escisión alguna, sino que es indiscernible del
hombre
y se «con-funde» con el cosmos y la comunidad, con el ascenso, durante la
modernidad occidental, del individualismo se configura una representación
dualística del cuerpo según la cual éste está separado del cosmos, de la
colectividad (de los otros) y del mismo sujeto (poseer un cuerpo más que
ser
un cuerpo). El hombre de la modernidad, que nace entre los siglos XVI y
XVII, es un hombre separado de sí mismo (distinción entre hombre y cuerpo,
alma y cuerpo, espíritu y cuerpo), de los otros y del cosmos (las materias
primas que componen el cuerpo no encuentran correspondencia alguna con las
que componen el cosmos). Mientras que Descartes distinguía entre dos
sustancias radicalmente diferentes (la res cogitans y la res extensa), para
los pueblos prehistóricos como los dogon y los canacos, por ejemplo el
cuerpo está compuesto de los mismos elementos que el cosmos, de modo que el
hombre y el cosmos quedan vinculados. Por otra parte, además de a la
naturaleza, el canaco aparece indesligablemente ligado a su comunidad. Los
miembros de la comunidad canaca no pueden ser caracterizados como
individuos; sólo existen por su relación con los otros, a través de los
intercambios en el seno de la comunidad. Para los canacos, el «cuerpo» (el
Karo) no es el soporte de la individualidad, sino un nudo de relaciones con
el mundo y los otros. Mientras que, para los canacos, el acto de conocer no
es sólo un acto intelectual producto de una inteligencia separada del
cuerpo, sino una modalidad de apropiación corporal; por su parte, durante
la
modernidad, el cuerpo ha sido considerado como un obstáculo para el
conocimiento del mundo. El desprecio y la desvalorización del cuerpo se
muestra en la epistemología racionalista. Para ésta los sentidos sólo
ofrecen un conocimiento ilusorio; es a través del pensamiento (de la
inteligencia, de la razón, del alma) como se accede a las propiedades
reales
(no aparienciales) de las cosas. La ruptura entre los sentidos y la
realidad
constituye «una estructura fundadora de la modernidad».

En el capítulo segundo («En las fuentes de una representación moderna del
cuerpo: el hombre anatomizado») el autor muestra cómo se constituyó el
saber
anatómico con las primeras disecciones oficiales en la Italia del
Quattrocento y localiza en el De corporis humani fabrica (1543) de Vesalio
el origen del dualismo, propio de la modernidad, entre el hombre y su
cuerpo.

Los capítulos cuarto, quinto y sexto analizan diversos aspectos de la
actualidad cotidiana del cuerpo. Mientras que, como mostró Norbert Elias,
antes del Renacimiento las manifestaciones materiales del cuerpo
(escupitajos, mocos, pedos, eructos) no están privatizadas, en la
modernidad
se establece un progresivo borramiento ritualizado de las manifestaciones
corporales en la vida social, del que son manifestaciones la convención
tácita de no hablar públicamente de determinadas funciones corporales
(pedos, eructos, etc.) así como la búsqueda del silencio olfativo del
cuerpo
a través de los desodorantes (cf. cap. 6: «Borramiento ritualizado o
integración del cuerpo»).

En el capítulo séptimo («El envejecimiento intolerable: el cuerpo
deshecho»)
se analiza el cuerpo en relación con la vejez y con la muerte. Durante la
modernidad se produce una estigmatización del envejecimiento y una
relegación social de la vejez ya que la vejez deroga en la persona los
valores centrales de la modernidad (la juventud, el trabajo, la seducción,
la vitalidad) convirtiéndose, así, en «la encarnación de lo reprimido». La
medicina ha convertido a la muerte en un hecho inaceptable al que hay que
combatir con todos los medios; la muerte es vista como un fracaso de la
empresa médica, no como un hecho esencial de la condición humana. La
negación del envejecimiento y de la muerte son signos que muestran las
reticencias del hombre occidental a aceptar su condición de ser carnal.

La atrofia de las funciones corporales durante la vida cotidiana induce a
recurrir a las actividades deportivas durante el tiempo de ocio. El
dualismo
propio de la representación moderna del cuerpo subyace a las prácticas
deportivas en boga (gimnasia, body-building), pues a través de éstas el
sujeto procura darse una forma como si fuese otro, convirtiendo su cuerpo
en
un objeto al que hay que moldear (cap. 8: «El hombre y su doble: el cuerpo
alter ego»). El cuerpo se convierte en un alter ego, en un doble; de este
modo, mientras que el dualismo antiguo oponía el alma o el pensamiento al
cuerpo, el moderno dualismo opone, por su parte, el hombre al cuerpo.

Le Breton atina al revelar cómo la entre comillas «liberación» deportiva y
estética del cuerpo que hoy se propugna: está separada de lo cotidiano, es
un discurso producto de las clases sociales medias y privilegiadas, no se
efectúa tanto por placer como a través de un trabajo sobre sí mismo y no es
tanto una elección personal cuanto la imitación de un modelo corporal
impuesto por y a través del mercado y la publicidad. El cuerpo deportivo de
la publicidad (siempre sano, joven, escultural, seductor, vital) no es el
cuerpo de la vida cotidiana. A través del deporte, el ocio es cada vez más
trabajo de formación del cuerpo de cara a su exhibición social. El cuidado
del cuerpo se realiza sobre todo por los profesionales liberales de la
clase
media urbana y escasamente entre el campesinado rural y los obreros que
trabajan con el cuerpo y cuyo cansancio físico apenas les deja ánimos ni
energías para, al final de su jornada laboral o en su tiempo libre, seguir
realizando actividades físicas de desgaste corporal.

Los capítulos noveno («Medicina y medicinas: de una concepción del cuerpo a
concepciones del hombre») y décimo («Los jeroglíficos de luz: de las
imágenes médicas al imaginario del cuerpo») se ocupan de la concepción del
cuerpo subyacente a la medicina moderna. Desde Vesalio, las prácticas y las
investigaciones médicas asumen un dualismo metodológico que las sigue
nutriendo en nuestros días. La medicina occidental moderna se basa en una
antropología dualista, por esto busca sanar un cuerpo y una enfermedad y no
a un hombre en su singularidad y en su unidad psico-corporal indisoluble.
Deudora del dualismo, la medicina moderna ha puesto entre paréntesis al
hombre para interesarse sólo por el cuerpo; se ocupa de la enfermedad, pero
no del enfermo. Ante la medicina moderna, la eficiencia que muestran
algunas
medicinas tradicionales reside, en gran parte, en que éstas se basan en una
concepción no dualista y simbólico-imaginaria del cuerpo. En diversas
prácticas y saberes tradicionales o populares (curanderismo, brujería) Le
Breton comprueba el mantenimiento del vínculo entre el cuerpo y el hombre y
entre el hombre y el cosmos. El efecto placebo pone de manifiesto la fuerza
de las significaciones imaginarias que el enfermo asocia a los medios
curativos que se utilizan con él: «La fuerza de las medicinas paralelas
reside en esta capacidad para movilizar una eficacia simbólica que la
institución médica a menudo no tiene en cuenta».

En el capítulo once último de su obra se ocupa del uso del cuerpo como
materia corporal (comercio y compra-venta de órganos, de sangre, de
esqueletos, etc.). Le Breton arremete contra esta comercialización: las
funciones orgánicas y los órganos corporales no son mercancías, pues, como
hemos dicho, el hombre no posee un cuerpo, sino que es cuerpo; la venta de
un órgano o el alquiler del útero no pueden interpretarse como operaciones
comerciales comunes ya que uno no se separa de una posesión sino de una
parte de su ser.








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